viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo 3

Capítulo 3:

~Colores en el viento~


¿Has visto a un lobo aullar a la luna azul?

¿Has visto a un lince sonreír?

¿Has cantado con la voz de las montañas?

Y colores en el viento descubrir.



Todos estaban sentados en el sofá del salón principal
¡No me lo creo! —bramó Lucas cruzándose de brazos—. Nos han dejado aquí tirados y se han ido a por ese estúpido medallón. ¡Solos!
Esto no venía en el contrato —se quejó Hanon.
Opino lo mismo —dijo Ash.
Victoria apretó los puños.
¡Voy a seguir a esa bola de billar! —se levantó del sofá con brusquedad, pero el moreno agarró la punta de su chaqueta y la castaña cayó al suelo en plancha—. ¡Eh, tú! —gruñó—, ¡suéltame!
No vas a ir a ninguna parte tú sola —siseó él con frialdad—, no hasta que hayamos trazado una estrategia.
¿Con estrategias te refieres a explotar cosas, robar y liarse con tías buenas? —no hace falta explicar quién dijo eso.
No, no, y, ¡por el amor de Dios, no! —Hanon suspiró mientras negaba con la cabeza una y otra vez, exasperada.
El rubio hizo un mohín infantil.
Cuando digo estrategia me refiero a seguir a los Maestros sin que nos vean —explicó el chico.
La castaña enarcó una ceja, pensativa.
¿Dónde habré dejado la capa de invisibilidad? —preguntó Victoria sobándose la frente dolorida e intentando reprimir miradas asesinas hacia Ash.
Ya se te ha pegado la tontería de Lucas —masculló la morena por lo bajo.
Se llama carisma, monada —el rubio frunció el ceño, pero esbozó una sonrisa altanera. Hanon sólo rodó los ojos—. Pero no podemos perseguirles. La tormenta de nieve que hay afuera habrá borrado ya los rastros.
Todos se sorprendieron.
Lucas, tú... —murmuró Ash, pero cambió la cara a una de sarcasmo, imitando la sonrisa del actor—. Has dicho algo inteligente, ¿quién eres y qué has hecho con nuestro Lucas Silva?
Lucas sólo frunció aún más el ceño.
¡Tengo una idea! —gritó Victoria rascándose la nariz—. En media hora aquí. Traed abrigo y una mochila con comida y otras cosas que necesitéis.
Y dicho eso, desapareció y se fue a su habitación a una velocidad estrepitosa.
Qué mala es la adolescencia... —musitó Ash.
Tú todavía eres un adolescente —rezongó Lucas, quien se sentía orgulloso de ser el más mayor.
Yo ya tengo diecinueve años —encaró—, ya no soy un niño.
Ya, claro, eso dicen todos —dijo el actor—. También me lo suelen decir las chicas con las que me acues-
Pero no pudo terminar, ya que alguien había lanzado un libro sobre márketing hacia su rostro.

~o~

Hanon no podía esperar más. El sonido de sus botas chocando contra el suelo inundaba la habitación. Su paciencia era poca, y ya había gastado más de la mitad. Odiaba esperar y hacer esperar a los demás.
Estaba metida en sus cavilaciones cuando Ash y Lucas llegaron trotando.
¿Dónde está Vicky? —preguntó el rubio mirando a los lados.
¡No me llames así! —se escuchó en el fondo. Ambos chicos dieron la vuelta y se encontraron a la castaña con su usual chaqueta abrochada hasta el cuello, la capucha echada y un bulto en su cabeza—. ¿Estáis listos?
¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó la morena señalándola.
Nuestra salvación —sonrió ella.

~o~

Sigo sin estar del todo seguro —se quejó Ash con los brazos cruzados para darse calor a través de la tela negra de su abrigo.
Eso no importa. Lo que sí que es extraño es que “eso” nos vaya a ayudar —dijo Hanon.
La castaña sonrió con sorna.


—“Eso” se llama Expósito. Es genial rastreando olores, incluso con este tipo de climas.
El mapache soltó una risilla que a los otros tres le resultó irritante.
¡Allá vamos! —gritaron Lucas y Victoria mientras salían—. Espera —Lucas paró en seco mientras miraba a sus compañeros—. Necesitamos un nombre para nuestro grupo.
Mmm... ¿Qué tal Vihaluash? —ideó la más pequeña—. Suena bien.
Ni de coña —refutó el moreno.
Kami... —murmuró Hanon.
Todos la miraron.
¡Claro! —sonrió Victoria—. ¡Ese nombre es genial! —dijo—. Kami significa Dios en japonés —explicó ante su desinformado equipo—. Me gusta mucho el manga —se encogió de hombros.
Está guay —dijo el rubio—. ¡Somos Kami! ¡Somos... Dios! —alzó el puño.
No me importa. ¿En qué dirección, enana? —preguntó Ash.
Ella arrugó el ceño.
No me llames enana, cabeza de alcornoque.
Creía que el cabeza de alcornoque era Lucas —sonrió él con autosuficiencia mientras señalaba al actor.
Victoria sólo apretó los puños, se subió la capucha de la chaqueta y acarició el pelaje del mapache.
Vayámonos ya.

~o~

¡Ash! —gritó a plena voz Lucas, seguido de las voces de las dos chicas que repetían el nombre.
Hacía muchísimo frío. Además de la tormenta de nieve, que les dificultaban aún más el avance. El único que parecía inmune a todo era el pequeño Expósito, que, bueno, hacía cosas de mapaches.
¡Ash, maldito bastardo! —vociferó Victoria—. ¿Dónde está este tío? ¡Tiene menos sentido de la orientación que mi abuela la der pueblo!
Habló la que se queda en embobada cada media hora —contraatacó Hanon, pero la castaña sólo infló los mofletes, para luego desinflarlos lentamente con sus ojos grises brillando de sorpresa.
¡Ahí está! —gritó señalando algún punto en el risco de una montaña.
En efecto, el moreno oteaba el horizonte con la mano en la frente para protegerse de la nieve y otra con una pequeña llama en la mano para darse calor, con la capucha negra puesta, un guante en la mano derecha y otro en el bolsillo, así como sus usuales botas negras de cuero.


¡Idiota, más que idiota! —dijo Lucas. Pegó un puñetazo al suelo lleno de nieve y una grieta se formó ante él, destrozando la irregularidad terrenal en la que se hallaba en chico de fuego. Se cayó de culo y nada más levantarse lanzó una bola de fuego hacia el rubio—. ¡Eh! ¿¡A qué ha venido eso!?
¡Casi me matas, imbécil! —vociferó el otro.
Tsk —Hanon esquivó el gran boquete—. Vamos, el mapache nos está adelantando.
Y todos emprendieron de nuevo el camino.

~o~

Phoenum, tú a la derecha y yo a la izquierda. Blizzard, busca por las otras dos recámaras superiores. E Ignis, necesito saber cuántos soldados son para trazar una estrategia.
Exacto. El que acababa de hablar era nuestro querido Kursus. Todos cumplieron las órdenes del estratega con rapidez.
El jamaicano examinó la cueva con parsimonia. Se escuchaba el sonido de lucha al fondo, por donde se había ido la pelirroja. En donde se encontraba no había nada más que piedras y polvo. Las irregulares paredes grises ocultaban el medallón de la Rata, y él lo sabía.
Estaba algo nervioso por haber dejado a los elegidos en la mansión, sobre todo a sabiendas de que estaban deseosos de aventuras. Salió rápidamente de allí para ir al encuentro de Ignis y Phoenum, quienes habían llegado ya a la cámara principal.
¿Cuántos son? —preguntó impaciente.
Muchos —la pelirroja respiraba con dificultad—. La mayoría controlan el hielo, pero el que parece ser el Capitán de este escuadrón es de elemento metal. Deben de ser unos cincuenta, aproximadamente. Ya he acabado con diez.
¿Y Blizzard? —Phoenum escrutó la cueva con la mirada.
Ignis frunció el ceño.
Aún no ha llega-
¡Hooolaaaa! —gritó una voz a sus espaldas.
A la rubia casi se le desencajó la boca al ver a Victoria, Lucas, Hanon y Ash corriendo en su dirección con ropas de esquimal.
¡Lu-lu-lucas! —balbuceó la rubia.
¿Qué hay de nuevo, vieja? —rió él entre dientes, ganándose un golpe en la cabeza por parte de su maestra.
¿¡Qué rayos hacéis aquí, panda de idiotas!? ¡Esto es muy peligroso! —la castaña inclinó la cabeza con una sonrisa aviesa ante la reprimenda.
Es la hora de las tortas —susurró juntando ambos puños, antes de echar a correr por el pasadizo en el que anteriormente Blizzard se había ido.
Kursus chasqueó la lengua.
Niña loca... —se quejó.

***

No podía evitar sentir dolor. Las varas de metal incrustadas en su cuerpo le habían tomado por sorpresa, ya que creía estar solo en esa recámara superior de la cueva. Le miró. Podía ver su sonrisa altanera, cómo se reía de él, aunque él mismo era más poderoso.
Creí estar solito aquí, pero gracias por hacerme compañía —dijo una voz desde la penumbra.
Tú... —se removió en el suelo, sintiendo el hierro profundizar en su cuerpo y escupió sangre—. Ese sello en tu cuello no es el de un Sargento Mayor, es el de un Capitán.
¿Por qué creías que yo era un Sargento? Me llamo Kinzoku, un placer —dijo el hombre, de cabello naranja en punta y ojos del mismo color, con algo de diversión mientras se agachaba hacia él—. Deberías haberme preguntado antes. Aunque, por otra parte... Me has decepcionado. Me imaginaba que uno de los geniales y ultra poderosos Maestros de los Elementos, los alumnos directos de la Sabia de los Cuatro Senderos, sería más fuerte.

Me has pillado desprevenido —gruñó Blizzard mirándole desde abajo—. Además, ¿qué tiene este maldito metal? Me... me quita las fuerzas.
Kinzoku rió.
¿Por qué debería decírtelo? —enarcó una ceja—. Bueno, aunque lo sepas, poco puedes hacer. Estás perdiendo mucha sangre, así que no tardarás en caer inconsciente. Exitium, como a todos sus subordinados, me creó con los genes de un elemento en especial. El metal. Puedo fundir, solidificar, deformar y crear cualquier tipo de metal. En el que acabo de usar para atravesarte, lo he mezclado con una sustancia que te paraliza y te arranca las fuerzas. Ahora puedo matarte sin contemplaciones.
Se acercó a él y de uno de sus dedos salió una barra de metal puntiaguda. La puso sobre su pecho, en la zona del corazón y apretó contra la piel.
¿Qué pasa? ¿No eras tú el que defendía el poder del dolor? —rió entre dientes—. Ahora vas a ver lo que es dolor de verdad.

***

¡Son muchos!
Un torrente de agua inundó la cueva hasta, por lo menos, metro y medio de altura.
¡Hanon! —se quejó Ash.
Haya paz —gritó Lucas. De un manotazo al suelo, creó una plataforma de roca irregular para que el agua no le llegara al usuario de fuego.
Habían acabado con la mayoría de los soldados, pero todavía quedaban los más fuertes. Eran usuarios de hielo, por lo que Ash e Ignis lo tenían fácil, mientras que Kursus y Hanon no tanto.
Phoenum esquivó otro ataque, se agachó y de un puñetazo abrió una brecha en el suelo de la cueva, arrastrando a varios enemigos hacia sus profundidades. Suspiró con cansancio. Llevaban, ¿cuánto? ¿Dos horas peleando? Sólo esperaba que su compañero y la loca e inconsciente de su alumna estuvieran bien.

***

¡Victoria salvaje apareció! —gritó cuando entró en la última sala de la cueva que estaba sin explorar. ¡Bingo! Después de media hora buscando, al fin había encontrado a su Maestro. Pero lo que vio no le gustó nada; un hombre de cabello y ojos naranjas estaba apunto de ensartar una vara de metal en la espalda de Blizzard—. ¡Maestro!
Así que esta es la futura Sabia del Viento, ¿eh? —rió Kinzoku—. No pareces gran cosa, así que no tardaré mucho contigo. Pero antes... —desplazó el arma de su espalda a sus manos—, me gustaría terminar con él.
Dicho y hecho; clavó la estaca en el dorso de sus manos. Victoria abrió la boca, anonadada ante la mueca de dolor de Blizzard. ¿Cómo podía haber vencido ese pelirrojo de pacotilla a su genial y alucinante Maestro?
¡Bastardo! —gritó mientras se acercaba a Blizzard y apoyaba las manos en la barra, agachando la cabeza con el ceño fruncido—. Tú... Te voy a matar —sentenció con un gruñido sin mirarle.


¡Já! Como si pudieras, mocosa. No me llegas ni a la suela del zapato.
No llevas zapatos.
¡Es una maldita forma de hablar!
Ella puso los brazos en jarras mientras se levantaba.
Ah, vale tío. Pues se avisa, que la gente se puede confundir. ¿Por qué no llevas zapatos? —preguntó.
¡No cambies de tema! —él apretó los puños, intentando controlarse—. Voy a matarte, mocosa.
Victoria le mantuvo fija la mirada.
Lo sé —dijo. Kinzoku se quedó sorprendido—. No soy tan inocente como para creer ganaré esta batalla sólo por mi buena suerte y porque soy una protagonista. Esto no es ningún manga. Simplemente, no podía quedarme de brazos cruzados —deslizó sus manos por las caderas hasta que sus extremidades quedaron colgando de los hombros—. Es extraño. Nunca había sentido esto —sonrió con tristeza—; esas ganas de querer proteger algo o alguien que no fuera yo misma. Siempre he mantenido la idea de que es absurdo morir por una causa, si tú no vas a poder disfrutar de ella. Egoísta, ¿no crees? Incluso sigo creyendo en ella ahora. Pero, simplemente, no puedo quedarme a ver cómo matas a mi Maestro sin hacer nada.
Kinzoku rió.
Voy a disfrutar matándote delante de ese intento de Sabio. Luego le mataré a él, entenderá el verdadero dolor y conseguiré el medallón de la Rata —dijo.
La castaña endureció su mirada plomiza.
No hables del dolor como si nada —masculló—. Tú no entiendes el verdadero dolor, nunca lo has sentido. La gente como tú, que dice conocer el sufrimiento, sólo son seres inferiores que fingen ser fuertes. Puedo permitir que me mates, que me pisotees, que me insultes, pero no dejaré que hables del dolor como si lo conocieras. Adelante, mátame si quieres, pero jamás conocerás el verdadero dolor, ¡nunca! El dolor no es sólo físico. ¡El dolor es un arte, es un camino! ¡El dolor es la única forma de hallar la paz! —gritó—. ¡Vamos, hazme ver tu dolor! ¡Enséñame cuál ha sido tu sufrimiento a lo largo de tu vida! ¡A cuántas personas has perdido! ¡Quiero ver qué te envió en la oscuridad, quién te empujó al pozo del dolor, cómo caíste en la desesperanza del sufrimiento! —bramó— ¡Muéstramelo! ¿¡Quieres matarme!? ¡Hazlo! ¿¡Cuál es tu... problema...
Un hilillo de sangre recorrió su labio hasta la barbilla. Se miró el vientre ensangrentado y atravesado, el dolor recorriendo su cuerpo como una descarga eléctrica.
Tú eres mi problema —dijo él.
Con la mano alzada hacia ella, una vara de metal formada en la palma, Kinzoku esbozó una sonrisa siniestra.
¿Qué decías del dolor? —preguntó con sorna.
Ella alzó la cabeza.
Decía... —musitó mientras escupía más sangre y arrancaba la estaca de su barriga y la tiraba al suelo—, que no conoces el dolor. ¿Acaso eres sordo? —nuevamente, de su boca salió un chorro de líquido carmesí—. Una vez... una persona me dijo que hay que mirar el dolor de frente, no dejar que te ataque por la espalda. Enfrentarte a él, acomodarse a las sensaciones que te brinda. Son la manera más fácil de no sufrir. Usar el dolor es la única forma de abrir los ojos sin estar cegados —tosió—. Me dijo que el dolor era como el viento; a veces te da de frente, otras por detrás. Un poco te puede ayudar a caminar de nuevo, pero mucho te obligar a los ojos —se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo—. De donde yo vengo hay mucho viento... y mucho dolor. Quizás es por eso por lo que me gusta vivir allí —rió con amargura—. ¿A qué esperas para matarme? Quiero terminar con esta tontería que es mi vida. Cuánto más pronto, mejor.
Sus deseos son órdenes —dijo el pelirrojo acercándose a ella—... princesa del dolor.
Clavó de nuevo la vara, esta vez en sus antebrazo derecho. En el rostro de Victoria no se reflejó ninguna emoción. Sólo unos ojos grises oscurecidos. Repitió el movimiento en su pierna, costado y mano.
¿No vas a quejarte? —preguntó.
Incluso te lo he dicho en un precioso discurso. Ya no hay que me haga sentir viva, más que la muerte y el sufrimiento —susurró con poca fuerza debido a la pérdida de sangre—. ¿Por qué no acabas conmigo? Sólo soy una chica inútil. La típica chica del héroe que tiene que ser salvada cada saga de las manos del malvado villano. Siempre me he quejado de ese tipo de personajes, y resulta que yo soy una de ellas. Irónico, ¿no? —rió—. Realmente... no estoy hecha para protagonista.

***
¡Mal, Victoria! —gritó una mujer de cabello rubio y ojos esmeralda—. Otra vez has suspendido, ¿por qué no puedes ser como tu hermana? Ella es rubia y de ojos como el cielo, como toda la familia, saca 10 en todo, es inteligente, guapa y educada —le riñó.
Tú eres una mocosa insolente y tonta. ¡Y no has sacado ningún gen de la familia! Se podría llegar a pensar que tu madre me puso los cuernos con un retrasado y se quedó embarazada de ti —gruñó otro hombre con el mismo cabello y ojos azules.
¡Oye, no me eches la culpa a mí del nacimiento de este engendro! —respondió la rubia—. Si hubiera sido por mí, habría abortado, pero va en contra de mis principios.
Callaos, panda de gilipollas —espetó la niña de pelo castaño y ojos grises, quien se había mantenido en silencio desde el inicio de la discusión. Apretó los puños—. Me da igual que penséis que no debí haber nacido. No me importa lo que opinéis sobre “esta decepción de niña”, que no os guste que no vaya vestida con florecitas rosas ni me gusten las muñecas, que no sea rubia de ojos azules, que vea para mi futuro algo más que ser una mierda amargada de ama de casa como tú, ni si os molestan mis malas notas. No me duele, ¿o acaso no lo veis? Mientras vosotros os quedáis en vuestra burbuja retrógrada, cabezas huecas, yo iré caminando un paso por detrás para empujaros. ¡Pero no lo podéis ver! —chilló, y se fue corriendo por el pasillo de la enorme casa.



Muy bien, Herrera —dijo el profesor—. Es la única multiplicación que me has hecho bien de toda la hoja del ejercicio, pero está bien —el hombre intentó aguantarse la risa, pero la castaña ya había notado que a ese bastardo de hacía gracia.
¡Eh, chicos, sacad la tarta, que Victoria la Tonta ha hecho algo bien! —gritó uno de sus compañeros.
Victoria sólo apretó los puños y se sentó en su sitio.
A su lado, el chico que había llegado ese mismo día a la clase le sonrió. Su cabello era rubio, corto y desordenado, sus ojos azules como el cielo. Por eso ella le odiaba.
Hola —saludó él con una sonrisa—. Soy Marco. Marco Vega.
Lo sé —dijo ella secamente con le ceño fruncido—. Ya me lo has dicho cinco veces, inglesito.
Él rió con nerviosismo, rascándose la nunca.
Ya, ya. Aún no me acostumbro al viento de España —dijo—. Victoria, ¿no? Un placer —le estrechó la mano.
Ella la retiró con brusquedad.
Si te ven hablando conmigo, te tratarán mal —le informó con mala cara, aunque estaba sorprendida de que un chico tan mono le dirigiera la palabra.
¡No me importa, realmente! —sonrió.
Sí debería importarte. Así no tendrás amigos.
Puedo ser tu amigo —Marco puso una mueca de duda.
Sus ojos grises se centraron en los de él, provocando que le recorriera un escalofrío por la espina dorsal.
Yo no tengo amigos, ni me interesa tenerlos. Estoy mejor sola —le respondió.
Pero en los labios del chico rubio se dibujó una sonrisa triste.
Debe de dolerte estar sola —dijo—. Comprendo tu dolor.
Y ella explotó.
¡No, no lo entiendes! —chilló, ganándose la atención de toda la clase—. ¡Déjame en paz! ¿Tan difícil es de entender? ¡Déjame sola, estoy mejor así!
Y se fue corriendo de la clase.


¿Victoria? —preguntó una voz que a la chica se le hacía demasiado conocida—. Victoria, ¿qué haces encerrada en el baño? ¿Estás llorando?
¡No! —gritó entre sollozos—. ¡Llorar es para las niñitas que son débiles! ¡Son los débiles los que lloran!
Escondió su cara entre sus rodillas abrazadas por sus mismos brazos.
O para los que llevan demasiado tiempo siendo fuertes —sonrió él cuando abrió la puerta, mirándola con calidez en sus ojos azules.
La gente me dice que mis ojos no tienen color.
Todos los ojos tienen color.
¡No! —ella le encaró—. Incluso los ojos negros son de un marrón oscuro. Dicen que es raro que no tengan ningún color, que sean sólo grises.
Él se acercó, poniéndose de puntillas, sin ningún pudor para observarla atentamente, ante el sonrojo de ésta.
Te equivocas —sonrió Marco—. No son del todo grises. Tienen un toque... violeta. Muy bonitos. Más que los míos.
Ella chasqueó la lengua con molestia al ver que sentaba a su lado. Se quedó mirando a la nada, hasta que habló.
¿Qué sabrá un niñito rubio, guapo, inglés y que saca todo sobresalientes?
Marco abrió los ojos con sorpresa, para luego reírse entre dientes.
¿Me acabas de llamar guapo? —enarcó una ceja—. Gracias. Tú también lo eres.
Victoria se ruborizó con violencia.
¡No, lo retiro, es más, nunca lo he dicho! —negó con la cabeza, pero se calló al notar la mano del chico revolviendo el pelo de su cabeza.
¡Tranquila! Decir halagos no es malo —rió entre dientes—. Un halago es mejor que un insulto. Los insultos, como tonta, duelen.




¡Marco! —gritó una voz desgarradora.
Su cabello castaño mojado por la lluvia, sus ojos grises brillantes por las lágrimas, su ropa ondeando al viento. En sus brazos, el chico rubio de ojos azules, con una gran brecha en la cabeza y una sonrisa en el rostro.
¡Marco, no cierres los ojos! ¡Por favor, Marco! —sollozó. Entonces miró cómo un coche negro huía de ahí a una enorme velocidad—. ¡¡HIJO DE PUTA!! —gritó con todas sus fuerzas.
El círculo de gente alrededor de ellos les miraba con curiosidad. No con tristeza, ni pena, ni dolor. Sólo curiosidad. Saciar su aburrimiento de sus monótonas vidas con el dolor de otra persona. Básicamente, eso es el humor. “Una tragedia que le ocurre a otro”. Por eso a Victoria le gustaba tanto el humor absurdo.
Marco... —lloró mientras le abrazaba—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has salvado?
Él rió mientras escupía un poco de sangre.
Simplemente, no podía quedarme a ver cómo atropellaban a mi novia sin hacer nada —sonrió.
Tonto —murmuró ella contra su pecho.
Él le acarició la mejilla.
¿Ni medio muerto vas a dejar de insultarme? —enarcó una ceja—. Vale, vale, no ha tenido gracia —se disculpó al ver la mirada severa de su novia. Ella sólo apretó el colgante que Marco le había regalado anteriormente aquella tarde contra su pecho.
¿Por qué lo hiciste?
Por que eso... Eso significa amar —respondió—. Dar tu vida por otra persona.
La gente ya se había ido, y la ambulancia tardaría un rato en llegar.
Pero... Aunque yo viva, tú vas a estar muerto y no podrás estar conmigo, no tiene lógica. Y ciertamente parece egoísta de mi parte —rió esta vez ella.
Ambas posibilidades son egoístas. Te dejo morir porque no quiero hacerlo yo, o me sacrifico por ti para no notar tu ausencia en mi vida. El amor es egoísta. Pero no quiero verte sufrir por mí, Victoria —estrechó los ojos con el cariño brillando en su mirada—. No quiero ser la razón de tu dolor.
Cerró los ojos.
¡No, Marco, no cierres los ojos! —pidió la castaña desesperadamente—. ¡Por favor, Marco, no te duermas, no cierres los ojos!

No cierres los ojos”.
No vayas a la luz”.
No te duermas”.
No permitas que el viento haga cerrar tus ojos grises.

¡Victoria, no, no cierres los ojos!

Y todo es oscuridad.

domingo, 11 de agosto de 2013

Capítulo 2

Capítulo 2:

~Destino~



El destino es un precipicio por el cual caemos
sólo si lo miramos por demasiado tiempo

Abrió los ojos lentamente, para encontrarse a sí misma dentro de una gran oscuridad. Notó cómo alguien mecía su hombro con suavidad, y le llegaba el olor del agua de mar. Pensó en el brumoso vaivén de las olas, en el llanto triste del cielo llamado lluvia.
¿Acaso se habría desmayado? Posiblemente, y ahora se encontraría en la playa mientras que algún pescador intentaba despertarla. ¿Pero qué era esta negrura perpetua? Sabía que tenía los ojos bien abiertos, pero seguía sin ver nada. “Reacciona, Hanon Mizutsuki”, dijo su mente.

Hey, nena, despierta —dijo una voz.
Y entonces observó aquellos dos orbes azules como el océano, como los de ella.
Soy Kursus, preciosa.
Chasqueó la lengua con repulsión al incorporarse, dejando a un Kursus sonriente arrodillado frente a la cama.
Creía que había sido una horrible pesadilla —dijo acariciando el tabique de su nariz—. ¿Podrías explicarme mejor todo lo que dijiste ayer, tiburón-san? —preguntó mientras se levantaba.
Kursus se levantó, se echó a un lado y sacudió su capa.
Primero ve a comer algo. La cocina está al final del pasillo del segundo piso, a la derecha. Estamos en el tercero; no tiene pérdida —contestó—. Te he dejado unos zapatos más cómodos, no puedes ir a salvar el mundo con esas cosas. Huelen a agua salada que no veas.
Hmp.
Tienes media hora. Después iré a por ti, preciosa.
Y desapareció por la puerta.
Mejor... iré a desayunar —se dijo a sí misma.










***
Pelirroja... —murmuró Lucas mientras se abrazaba a lo que, a su parecer, era el cálido y “desnudo” cuerpo del ligue de su anterior noche. Pero no había tibieza. Había frío, soledad, no había nada. Se levantó de repente al sentir un puño chocar inminentemente con su cabeza. Se llevó las manos a la la frente, que estaba ya algo hinchada.

¡Ay! —se quejó.
Nada de “ay”, pedazo de alcornoque —espetó una voz a su lado.
Alzó la vista y observó a Phoenum. Su mirada verde era dura y seria, cada mano oculta en la manga de la otra, el ceño fruncido. “Algo me dice que siempre está así”, pensó Lucas.
¿Qué pasa? —preguntó el rubio con algo de miedo—. ¿Dónde está la pelirroja? ¡Pelirroja!
¡Por dios, calla de una vez! —Phoenum volvió a depositar un fuerte golpe en su cabeza—. Tus berreos me dan migrañas.
Eso es por lo vieja que estás —le refutó—. ¡Vieja, que eres una vieja! ¡Y además fea, para rematar!

Se estremeció al sentir unas lianas enredarse por su tórax hasta llegar a su cuello, apretando. Le dolía, pero no hasta el punto de poder ahogarse. Y sabía que la mujer rubia era la causante.
Ve a desayunar —dijo ella cuando las hebras verdes desaparecieron—. Sigue a la serpiente.
De su manga apareció una serpiente mediana de color verde botella, de ojos irisados y lengua larga. Lucas tragó saliva.
Hmp —y salió de allí.

***
Escuchó un ruido, pero no se movió. Escuchó un graznido, pero no se movió. Escuchó un chillido, pero sólo se giró de costado mirando la pared. El concierto de sonidos siguió su curso, y, aunque estuviera terriblemente cansada, se levantó. Victoria posó los pies descalzos en el suelo e intentó alcanzar su chaqueta, que colgaba del respaldo de la silla que tenía al lado.

Veo que ya estás despierta —dijo la voz de Blizzard desde el marco de la puerta.
Sí... —musitó ella, ya con la chaqueta puesta. Se sentó al borde de la cama y apoyó los codos en sus muslos, con la mirada cansada—. ¿Dónde estoy? —preguntó con sequedad. Le dolía la cabeza a horrores.

En nuestra base de operaciones —informó el hombre—. Y es normal que te duela la cabeza; no estás acostumbrada todavía a los viajes.
Hmp.
Alzó sus orbes grises con matices violetas a los de Blizzard con un aire de melancolía y pesadez. Él seguía imperturbable, indiferente, como si nada a su alrededor mereciera su atención.
Debes tener hambre —dijo el hombre de repente—. Ve al piso de abajo a la cocina. Guíate por el olor a comida.
Terminó de hablar y desapareció de la habitación. Victoria se levantó al cabo de un rato y salió de allí también con paso amodorrado. Se sentía dolida por algo que no terminaba de identificar, como un soplo de aire frío en algún rincón de su alma.




***
Observó el techo por décimo quinta vez desde que estaba despierto, intentando dormir. No sabía dónde estaba, pero tampoco le importaba demasiado. Sólo se dignaba a mirar hacia arriba sin otro propósito más que para pasar el tiempo. El estómago le rugía, pero estaba acostumbrado a la hambruna. Le dolían las entrañas, le ardían las entrañas. El odio le quemaba en lo más profundo de su ser, y no sabía porqué estaba donde estaba.
Escuchó la puerta abrirse y cerrarse, pero no volteó la cabeza. Sus ojos escarlata seguían fijos en algún punto del techo.


Hola, Ash —saludó Ignis con su sonrisa de comadreja—. ¿Qué tal estás?
Hmp.
Ella esbozó una mueca astuta.
Supongo que bien. ¿Tienes hambre? —preguntó ella con amabilidad.
Sí.
Ella se sentó a un lado, en la esquina de la cama. No había dormido desde que llegó, y unas enormes ojeras rodeaban sus ojos. Aún tumbado, desvió la mirada para observar a la pelirroja, que parecía sumida en sus pensamientos.
Puedes ir a desayunar. La cocina está aquí abajo, a la derecha —le dijo Ignis con suavidad.
Se levantó ágilmente y desapareció por la puerta.
Gracias —murmuró.
Y al rato se fue él también.








***

Las cuatro miradas se encontraron. Rojo, azul, gris y verde, creaban una escena de completa tensión. Hanon bebía café, Victoria tomaba un Cola-cao y tenía un bigote de espuma marrón, Ash comía unas tostadas y Lucas unas galletas de chocolate. No se conocían, pero la repulsión que rezumaba por cada poro de su piel les invitaba a empezar una batalla campal. No hablaban el mismo idioma, pero entendían cada sentimiento que emanaban. La tristeza, la soledad, el dolor y el odio que procesaban al mundo, como la imponente presencia de un dios cruel y vengador, pero esperanzador como una trémula sonrisa, un pequeño rayo de luz en medio de la oscuridad.

Veo que ya os conocéis —dijo de repente Kursus, acompañado de los otros tres Maestros, mientras entraba en la cocina.
¿Qué pasa aquí? —pregunto Blizzard, confuso por la tensión abrumadora del ambiente.
Silencio por parte de los demás.
¡Bueno, ya vale! —vociferó Phoenum en un inglés perfecto al cabo de los segundos—. ¡Todos, en orden! ¡Sentaos allí! —señaló unos sofás.
Hey, abuela, ¿me puedes decir qué está pasado? —preguntó Lucas en portugués—, ¿quién es ésta gente?
No me llames abuela —gruñó ella.
¿Bola de billar? —preguntó Victoria algo turbada mientras se sentaba entre Hanon y Ash—. ¿Qué ocurre?

Blizzard suspiró con pesadez.
Ignis, ¿qué...? —pero Ash no terminó la frase, sólo la dejó en el aire con el ceño fruncido.
De pronto empezó a sonar música reggae y apareció Kursus con unas gafas de sol y un cóctel en la mano.
¿Qué pasa, gente? —saludó en inglés—. Como tenemos mala suerte, vosotros habláis idiomas diferentes, así que habrá que hablar en inglés, ¿ok, guys? Bueno, ¿quién empieza la ronda de preguntas?
Al segundo cuatro manos se levantaron.
Respondiendo a vuestra pregunta en común, sí, os vamos a explicar qué pasa. Ignis, adelante —dijo Kursus.
Me dejas el marrón a mí, ¿no, bastardo? —gruñó ella—. En fin, empezaré. Habéis sido elegidos para salvar el mundo, aunque algo me dice que ya lo intuíais.
¿Salvar el mundo? Tengo que hablarlo con mi agente —dijo Lucas.
Cállate. Nuestro enemigo es la Sabia de los Cuatro Senderos, también conocida como Exitium. Su poder equivale al del mundo entero, ella es la creadora del universo. Pero gran parte de su energía —por no decir la mayoría— está encerrado en un dragón, cuya posición desconocemos. Se necesitan doce medallones, uno por cada signo del zodiaco, para liberar toda la capacidad de la Sabia. Están esparcidos por el mundo.
Y nosotros tenemos que buscarlos, ¿no? —dijo Ash con los brazos cruzados y gesto indiferente. Victoria y Hanon le miraron de reojo.
¿Como las bolas de dragón de Goku? —sonrió Victoria.
Sí, bueno, eso sería para asegurarnos de que ella no los consigue. Exitium planea destruir el mundo, pero para ello necesita el cien por cien de su poder —explicó Blizzard.

¿Para qué querría ella acabar con su propia creacióm? —preguntó Hanon.
Phoenum bufó, exasperada.
¿Acaso tenemos cara de ir a tomar el té todas las tardes con ella y charlar? —espetó—. ¡No tenemos ni idea! El caso es que tenemos que destruir los medallones y matar a Exitium
Y ahí entramos nosotros —habló entonces Victoria—. Calvorota, dijiste algo de los elementos, pero lo tengo algo difuso, ¿podrías explicarlo mejor? —pidió.
Claro —él suspiró—. Cada uno de vosotros controla un Sendero, o siendo más preciso, un elemento. Ash Rouge el fuego, Hanon Mizutsuki el agua, Lucas Silva la tierra y tú el aire. Sois los Sabios, los futuros controladores del mundo, si queda alguno para cuando lleguéis a serlo.
¡Eso mola un huevo! —gritó el rubio, eufórico—. ¡Explosiones, robos, acción! ¡Yeah, baby!
Ahora que lo pienso —musitó la Victoria—. ¡Tú eres Lucas Silva, el de “amante sangriento”!
Él sonrió con autosuficiencia.
¿Quieres un autógrafo? —preguntó acercándose coquetamente a ella.
La castaña le apartó bruscamente con el ceño fruncido.
No, es que mis compañeras hablan mucho de ti. Yo te odio —y Lucas no volvió a acercarse a ella—. Por otra parte, ¿y si me niego a ayudaros?
Si te niegas, te mataremos y tiraremos tu cadáver a un río —dijo Ignis con una sonrisa.
... ¡Vamos a salvar el mundo, hmp! —exclamó con nerviosismo y alzó el puño hacia arriba.
¡Por mi bien! Así seré más importante —aceptó Lucas— . Ya sabéis; dinero, fama, tías buenas. Tías buenas como estas dos —dijo señalado a Hanon y a Victoria—. Tú ya me entiendes; guiño, guiño, codazo, guiño, codazo —sólo recibió silencio y miradas asesinas por parte de las chicas—. ¿Éh?, ¿éh? Seh...
Os odio —sentenció Hanon de repente, descruzando los brazos—. A todos. Con toda mi alma. En serio, bailaré sobre vuestra tumba.
Alentador —masculló Blizzard—. Bueno, empezaremos con vuestro entrenamiento. Cada uno de vosotros tiene una sala de entrenamiento especial sólo para ellos. Pero antes tenemos que preguntar algo, ¿estáis listos para aceptar vuestro destino?
Todos asintieron, conformes.
Bien. ¡Empecemos, preciosa! —exclamó Kursus llevándose casi a rastras a una molesta Hanon.
¿Vamos? —preguntó Ignis. Ash sólo asintió.






***
¡Fuerza, inteligencia, decisión, pasión, voluntad! ¡Es lo necesario para hacer de ti toda una Sabia del Agua!, ¿¡estás preparada para esta gran responsabilidad!? —exclamó Kursus con euforia, agitando el puño en el aire.

¿Por qué tienes que gritar? —Hanon se masajeó las sienes.
¡Porque así es más épico! —contestó sin cambiar de posición.
La morena suspiró.
Por qué no me habrá tocado como maestro ese Blizzard, o Phoenum-san... —murmuró por lo bajo.
Kursus se acercó a ella y colocó ambas manos en sus hombros.
Porque a veces un maestro tiene que hacer que su alumno aprenda a arriesgarse y hacer tonterías.
Hanon arqueó una ceja con exceptismo.
Eso no es lo que me han enseñado —rezongó.
Pues habrá que enseñarte nuevas lecciones —le guiñó un ojo—. ¡Ahora, veinte flexiones y cincuenta abdominales! ¡Después cargarás cincuenta cubos de agua a la cocina sin tocarlos! ¡Y tráeme un plátano!
Se dio la vuelta y, cóctel en mano, se acomodó en una tumbona que había aparecido de repente.
¡Vamos, a trabajar!
Sí...”, gruñó ella por lo bajo.


***

Mal, ¡muy mal! —se quejó Blizzard—. Vamos, inténtalo otra vez. Concentra energía y mueve el aire, aunque sólo sea una brisa.
¡Lo intento, pero es difícil! ¡Vamos, hazlo t-
Sin terminar la frase, un vendaval se había formado en la sala de entrenamiento. La chaqueta y la capa de ambos ondeaban con fuerza por el viento. A los segundos se calmó.
Vale, sí, idea captada —masculló ella.
Victoria se sentó con pereza en el suelo mientras se acomodaba el pelo. Apoyó los codos en las rodillas y tapó sus ojos con el flequillo castaño.
Estaba claro; no servía para nada. Si ni siquiera era capaz de hacer una ecuación de tercer grado, ¿cómo iba a salvar el mundo? ¡Un héroe no repetía curso! ¡Un héroe no decepcionaba a sus padres! ¡Un héroe no se dejaba vencer por el dolor!

Está claro... —murmuró ella por lo bajo. Apretó los puños y la dentadura—. No sirvo para nada —gruñó.
Blizzard, quien observaba cada movimiento y palabra, se quedó quieto con sus orbes grises fijos en ella.
¿Te duele? —preguntó al fin.
¿Éh? —no se le ocurrió nada más inteligente—, ¿el qué?
El hombre suspiró mientras se acercaba a ella.
No servir para nada —“eso, hurga más en la herida”, pensó ella.
Uno aprende a vivir junto al dolor con el tiempo —contestó desviando la mirada.

A Blizzard se le ocurrió una idea. Era arriesgada, y hasta ahora no había funcionado con ninguno de sus alumnos. Pero ella... Ella parecía tener un dolor por dentro, algo que consumía su alma, algo suave pero poderoso...
Como el viento.
Sería duro. Los que usaban el viento como arma solían ser malos en el cuerpo a cuerpo, pero Victoria era mala incluso en las largas distancias, especialidad de sus usuarios. Tendrían que trabajar mucho, pero antes tendría que hablarlo con los otros tres Maestros para disipar cualquier duda. Aunque algo le decía que esa chica tenía un potencial oculto.

Terminamos el entrenamiento por hoy. Puedes descansar.

***

¡Me desesperas! —vociferó Phoenum—. ¡Te pedí que hicieras una pequeña grieta, no esto!
Señaló el enorme boquete que, al menos, mediría tres metros de ancho y cuarenta de largo, recorriendo el exterior de la mansión.
¡Cuesta tiempo controlar esta fuerza, abuela! —contestó Lucas en el mismo tono, concentrando otra vez energía en su mano.

Se sobó los nudillos ensangrentados. ¿De eso se trataba el elemento tierra? Lanzar rocas y crear boquetes, menuda diversión. ¡Ahí no había ni robos, no explosiones y las tías buenas eran unas bordes!
¡Qué asco!
Otra vez, el suelo de roca se agrietó hasta dejar otra imperfección en la tierra.
¡Para de una vez! —repitió la mujer—. Terminaremos el entrenamiento por ahora. Pero quiero que todos los días salgas aquí y me saques una roca de al menos un metro cúbico de tamaño, ¿vale?
Sí, sí —hizo un ademán con la mano y se encerró en la habitación que le habían asignado.





***
Una gran bola de fuego recorrió la estancia con potencia. Ash paró y sonrió con arrogancia.
 
Repitiendo los movimientos, logró hacer una bocanada de flamas que alumbraban las paredes. 
Vas bien —dijo Ignis asintiendo—. Ahora no te desconcentres y sigue canalizando la misma energía.
La masa ígnea continuó en su posición, llameante, por lo menos cinco segundos. Pero el moreno se quedó sin aire y tuvo que parar.
Muy bien. Me sorprende que hayas sido tan rápido en aprender a manejar tu elemento —halagó la pelirroja.
¿Qué toca ahora? —preguntó él acariciándose los labios.
Nada. Puedes ir a descansar —sonrió ella entrecerrando los ojos.
Ash sólo desapareció por la puerta.




 
~o~

Kursus se rascó la cabeza con el bolígrafo, pensativo. Ojeó de nuevo las palabras escritas en su pequeño cuaderno verde de notas. Su mente estaba en blanco, y lo peor era que le había costado llegar a esas palabras.
¡Maldita sea! La poesía no es tan fácil como parece —masculló.
Lucas apareció de repente por una esquina del salón con un chichón enorme en la cabeza y llorando a moco tendido.
¡Vuelve aquí, bastardo!
Una iracunda Phoenum corría tras él pisándole los tobillos. Ambos elementales de tierra se pararon al ver al jamaicano tan desesperado.
¿Qué te pasa, Kur? —era normal de parte del rubio que, después de semanas de convivencia, llamara así a la única persona con la que se llevaba bien en ese enorme caserón rodeado de bosque, montañas y nieve a tutiplén.
La poesía es difícil —se quejó él. Lucas se sentó a su lado y leyó por encima de su hombro el texto—. Las rosas son rojas, las violetas azules... ¡No se me ocurre nada más!
Al actor sí.
Las rosas son rojas, ¡las violetas azules! ¡Y Phoenum es una vieja amargada! —recitó copiando la pose de Hamlet—. ¡Ser o no ser... la víctima de sus golpes! —canturreó pésimamente mientras se sobaba el chichón palpitante de su cabeza—, ¡esa es la cuestión, vida o muerte! —dijo balanceando las manos.
¡Por Dios! —dijo Kursus—. ¿Cómo no se me había ocurrido semejante rima? ¡Es el mismo idioma de los dioses!

Pero la diversión cayó al suelo como el cristal cuando sintieron una oscura presencia emanando a su lado.
Es perfec- —la mujer rubia les propinó dos terribles golpes en la cabeza usando su temible fuerza bruta y que les habría causado una hemorragia cerebral— to... —balbuceó el Maestro de Agua.

Hanon había escuchado ruidos desde su habitación, que no le dejaban continuar con su lectura. Se levantó con pesadumbre y llegó al salón.
Su maestro y el chico rubio de tierra —con el que casi no había hablado en medio mes que llevaba allí— estaban a los pies de Phoenum llenos de golpes, moretones, cardenal y otras marcas de violencia pura y dura ocasionadas por la Maestra.
Phoenum-san... —musitó ella. Si estaba sorprendida su semblante indiferente no lo demostraba—. ¿Qué ha hecho esta vez? —suspiró mientras señalaba al jamaicano.

El idiota, como siempre —refutó ella poniendo los brazos en jarras.
En eso llegó Ignis algo apresurada y con un pergamino amarillento enrollado en las manos. Su gesto era duro y de completa seriedad.
Chicos —les llamó, captando la atención de todos los presentes.
En ese momento Victoria, Blizzard y Ash llegaron cada uno de una parte diferente de la casa.
¿Qué ocurre? —preguntó Phoenum. Ella guardó silencio, reflexiva.
¡Venga, escúpelo! —insistió la castaña de ojos grises.
La pelirroja tragó saliva.
He localizado el primer medallón.