Capítulo 3:
~Colores en el viento~
“¿Has visto a un lobo aullar a la luna azul?
¿Has visto a un lince sonreír?
¿Has cantado con la voz de las montañas?
Y colores en el viento descubrir.”
Todos
estaban sentados en el sofá del salón principal
—¡No
me lo creo! —bramó Lucas cruzándose de brazos—. Nos
han dejado aquí tirados y se han ido a por ese estúpido
medallón. ¡Solos!
—Opino
lo mismo —dijo Ash.
Victoria
apretó los puños.
—¡Voy
a seguir a esa bola de billar! —se levantó del sofá
con brusquedad, pero el moreno agarró la punta de su chaqueta
y la castaña cayó al suelo en plancha—. ¡Eh,
tú! —gruñó—, ¡suéltame!
—No
vas a ir a ninguna parte tú sola —siseó él con
frialdad—, no hasta que hayamos trazado una estrategia.
—¿Con
estrategias te refieres a explotar cosas, robar y liarse con tías
buenas? —no hace falta explicar quién dijo eso.
—No,
no, y, ¡por el amor de Dios, no! —Hanon suspiró
mientras negaba con la cabeza una y otra vez, exasperada.
El
rubio hizo un mohín infantil.
—Cuando
digo estrategia me refiero a seguir a los Maestros sin que nos vean
—explicó el chico.
La
castaña enarcó una ceja, pensativa.
—¿Dónde
habré dejado la capa de invisibilidad? —preguntó
Victoria sobándose la frente dolorida e intentando reprimir
miradas asesinas hacia Ash.
—Ya
se te ha pegado la tontería de Lucas —masculló la
morena por lo bajo.
—Se
llama carisma, monada —el rubio frunció el ceño, pero
esbozó una sonrisa altanera. Hanon sólo rodó los
ojos—. Pero no podemos perseguirles. La tormenta de nieve que hay
afuera habrá borrado ya los rastros.
Todos
se sorprendieron.
—Lucas,
tú... —murmuró Ash, pero cambió la cara a una
de sarcasmo, imitando la sonrisa del actor—. Has dicho algo
inteligente, ¿quién eres y qué has hecho con
nuestro Lucas Silva?
Lucas
sólo frunció aún más el ceño.
—¡Tengo
una idea! —gritó Victoria rascándose la nariz—. En
media hora aquí. Traed abrigo y una mochila con comida y otras
cosas que necesitéis.
Y
dicho eso, desapareció y se fue a su habitación a una
velocidad estrepitosa.
—Qué
mala es la adolescencia... —musitó Ash.
—Tú
todavía eres un adolescente —rezongó Lucas, quien se
sentía orgulloso de ser el más mayor.
—Yo
ya tengo diecinueve años —encaró—, ya no soy un
niño.
—Ya,
claro, eso dicen todos —dijo el actor—. También me lo
suelen decir las chicas con las que me acues-
Pero
no pudo terminar, ya que alguien había lanzado un libro sobre
márketing hacia su rostro.
~o~
Hanon
no podía esperar más. El sonido de sus botas chocando
contra el suelo inundaba la habitación. Su paciencia era poca,
y ya había gastado más de la mitad. Odiaba esperar y
hacer esperar a los demás.
Estaba
metida en sus cavilaciones cuando Ash y Lucas llegaron trotando.
—¿Dónde
está Vicky? —preguntó el rubio mirando a los lados.
—¡No
me llames así! —se escuchó en el fondo. Ambos chicos
dieron la vuelta y se encontraron a la castaña con su usual
chaqueta abrochada hasta el cuello, la capucha echada y un bulto en
su cabeza—. ¿Estáis listos?
—¿Qué
tienes en la cabeza? —preguntó la morena señalándola.
—Nuestra
salvación —sonrió ella.
~o~
—Sigo
sin estar del todo seguro —se quejó Ash con los brazos
cruzados para darse calor a través de la tela negra de su
abrigo.
—Eso
no importa. Lo que sí que es extraño es que “eso”
nos vaya a ayudar —dijo Hanon.
La
castaña sonrió con sorna.
—“Eso”
se llama Expósito. Es genial rastreando olores, incluso con
este tipo de climas.
El
mapache soltó una risilla que a los otros tres le resultó
irritante.
—¡Allá
vamos! —gritaron Lucas y Victoria mientras salían—. Espera
—Lucas paró en seco mientras miraba a sus compañeros—.
Necesitamos un nombre para nuestro grupo.
—Mmm...
¿Qué tal Vihaluash? —ideó la más
pequeña—. Suena bien.
—Ni
de coña —refutó el moreno.
—Kami...
—murmuró Hanon.
Todos
la miraron.
—¡Claro!
—sonrió Victoria—. ¡Ese nombre es genial! —dijo—.
Kami significa Dios en japonés —explicó ante
su desinformado equipo—. Me gusta mucho el manga —se
encogió de hombros.
—Está
guay —dijo el rubio—. ¡Somos Kami! ¡Somos... Dios!
—alzó el puño.
—No
me importa. ¿En qué dirección, enana? —preguntó
Ash.
Ella
arrugó el ceño.
—No
me llames enana, cabeza de alcornoque.
—Creía
que el cabeza de alcornoque era Lucas —sonrió él con
autosuficiencia mientras señalaba al actor.
Victoria
sólo apretó los puños, se subió la
capucha de la chaqueta y acarició el pelaje del mapache.
—Vayámonos
ya.
~o~
—¡Ash!
—gritó a plena voz Lucas, seguido de las voces de las dos
chicas que repetían el nombre.
Hacía
muchísimo frío. Además de la tormenta de nieve,
que les dificultaban aún más el avance. El único
que parecía inmune a todo era el pequeño Expósito,
que, bueno, hacía cosas de mapaches.
—¡Ash,
maldito bastardo! —vociferó Victoria—. ¿Dónde
está este tío? ¡Tiene menos sentido de la
orientación que mi abuela la der pueblo!
—Habló
la que se queda en embobada cada media hora —contraatacó
Hanon, pero la castaña sólo infló los mofletes,
para luego desinflarlos lentamente con sus ojos grises brillando de
sorpresa.
—¡Ahí
está! —gritó señalando algún punto en
el risco de una montaña.
En
efecto, el moreno oteaba el horizonte con la mano en la frente para
protegerse de la nieve y otra con una pequeña llama en la mano
para darse calor, con la capucha negra puesta, un guante en la mano
derecha y otro en el bolsillo, así como sus usuales botas
negras de cuero.
—¡Idiota,
más que idiota! —dijo Lucas. Pegó un puñetazo
al suelo lleno de nieve y una grieta se formó ante él,
destrozando la irregularidad terrenal en la que se hallaba en chico
de fuego. Se cayó de culo y nada más levantarse lanzó
una bola de fuego hacia el rubio—. ¡Eh! ¿¡A qué
ha venido eso!?
—¡Casi
me matas, imbécil! —vociferó el otro.
—Tsk
—Hanon esquivó el gran boquete—. Vamos, el mapache nos
está adelantando.
Y
todos emprendieron de nuevo el camino.
~o~
—Phoenum,
tú a la derecha y yo a la izquierda. Blizzard, busca por las
otras dos recámaras superiores. E Ignis, necesito saber
cuántos soldados son para trazar una estrategia.
Exacto.
El que acababa de hablar era nuestro querido Kursus. Todos cumplieron
las órdenes del estratega con rapidez.
El
jamaicano examinó la cueva con parsimonia. Se escuchaba el
sonido de lucha al fondo, por donde se había ido la pelirroja.
En donde se encontraba no había nada más que piedras y
polvo. Las irregulares paredes grises ocultaban el medallón de
la Rata, y él lo sabía.
Estaba
algo nervioso por haber dejado a los elegidos en la mansión,
sobre todo a sabiendas de que estaban deseosos de aventuras. Salió
rápidamente de allí para ir al encuentro de Ignis y
Phoenum, quienes habían llegado ya a la cámara
principal.
—¿Cuántos
son? —preguntó impaciente.
—Muchos
—la pelirroja respiraba con dificultad—. La mayoría
controlan el hielo, pero el que parece ser el Capitán de este
escuadrón es de elemento metal. Deben de ser unos cincuenta,
aproximadamente. Ya he acabado con diez.
—¿Y
Blizzard? —Phoenum escrutó la cueva con la mirada.
Ignis
frunció el ceño.
—Aún
no ha llega-
—¡Hooolaaaa!
—gritó una voz a sus espaldas.
A
la rubia casi se le desencajó la boca al ver a Victoria,
Lucas, Hanon y Ash corriendo en su dirección con ropas de
esquimal.
—¡Lu-lu-lucas!
—balbuceó la rubia.
—¿Qué
hay de nuevo, vieja? —rió él entre dientes, ganándose
un golpe en la cabeza por parte de su maestra.
—¿¡Qué
rayos hacéis aquí, panda de idiotas!? ¡Esto es
muy peligroso! —la castaña inclinó la cabeza con una
sonrisa aviesa ante la reprimenda.
—Es
la hora de las tortas —susurró juntando ambos puños,
antes de echar a correr por el pasadizo en el que anteriormente
Blizzard se había ido.
Kursus
chasqueó la lengua.
—Niña
loca... —se quejó.
***
No
podía evitar sentir dolor. Las varas de metal incrustadas en
su cuerpo le habían tomado por sorpresa, ya que creía
estar solo en esa recámara superior de la cueva. Le miró.
Podía ver su sonrisa altanera, cómo se reía de
él, aunque él mismo era más poderoso.
—Creí
estar solito aquí, pero gracias por hacerme compañía
—dijo una voz desde la penumbra.
—Tú...
—se removió en el suelo, sintiendo el hierro profundizar en
su cuerpo y escupió sangre—. Ese sello en tu cuello no es el
de un Sargento Mayor, es el de un Capitán.
—¿Por
qué creías que yo era un Sargento? Me llamo Kinzoku, un
placer —dijo el hombre, de cabello naranja en punta y ojos del
mismo color, con algo de diversión mientras se agachaba hacia
él—. Deberías haberme preguntado antes. Aunque, por
otra parte... Me has decepcionado. Me imaginaba que uno de los
geniales y ultra poderosos Maestros de los Elementos, los alumnos
directos de la Sabia de los Cuatro Senderos, sería más
fuerte.
—Me
has pillado desprevenido —gruñó Blizzard mirándole
desde abajo—. Además, ¿qué tiene este maldito
metal? Me... me quita las fuerzas.
Kinzoku
rió.
—¿Por
qué debería decírtelo? —enarcó una
ceja—. Bueno, aunque lo sepas, poco puedes hacer. Estás
perdiendo mucha sangre, así que no tardarás en caer
inconsciente. Exitium, como a todos sus subordinados, me creó
con los genes de un elemento en especial. El metal. Puedo fundir,
solidificar, deformar y crear cualquier tipo de metal. En el que
acabo de usar para atravesarte, lo he mezclado con una sustancia que
te paraliza y te arranca las fuerzas. Ahora puedo matarte sin
contemplaciones.
Se
acercó a él y de uno de sus dedos salió una
barra de metal puntiaguda. La puso sobre su pecho, en la zona del
corazón y apretó contra la piel.
—¿Qué
pasa? ¿No eras tú el que defendía el poder del
dolor? —rió entre dientes—. Ahora vas a ver lo que es
dolor de verdad.
***
—¡Son
muchos!
Un
torrente de agua inundó la cueva hasta, por lo menos, metro y
medio de altura.
—¡Hanon!
—se quejó Ash.
—Haya
paz —gritó Lucas. De un manotazo al suelo, creó una
plataforma de roca irregular para que el agua no le llegara al
usuario de fuego.
Habían
acabado con la mayoría de los soldados, pero todavía
quedaban los más fuertes. Eran usuarios de hielo, por lo que
Ash e Ignis lo tenían fácil, mientras que Kursus y
Hanon no tanto.
Phoenum
esquivó otro ataque, se agachó y de un puñetazo
abrió una brecha en el suelo de la cueva, arrastrando a varios
enemigos hacia sus profundidades. Suspiró con cansancio.
Llevaban, ¿cuánto? ¿Dos horas peleando? Sólo
esperaba que su compañero y la loca e inconsciente de su
alumna estuvieran bien.
***
—¡Victoria
salvaje apareció! —gritó cuando entró en la
última sala de la cueva que estaba sin explorar. ¡Bingo!
Después de media hora buscando, al fin había encontrado
a su Maestro. Pero lo que vio no le gustó nada; un hombre de
cabello y ojos naranjas estaba apunto de ensartar una vara de metal
en la espalda de Blizzard—. ¡Maestro!
—Así
que esta es la futura Sabia del Viento, ¿eh? —rió
Kinzoku—. No pareces gran cosa, así que no tardaré
mucho contigo. Pero antes... —desplazó el arma de su espalda
a sus manos—, me gustaría terminar con él.
Dicho
y hecho; clavó la estaca en el dorso de sus manos. Victoria
abrió la boca, anonadada ante la mueca de dolor de Blizzard.
¿Cómo podía haber vencido ese pelirrojo de
pacotilla a su genial y alucinante Maestro?
—¡Bastardo!
—gritó mientras se acercaba a Blizzard y apoyaba las manos
en la barra, agachando la cabeza con el ceño fruncido—.
Tú... Te voy a matar —sentenció con un gruñido sin mirarle.
—¡Já!
Como si pudieras, mocosa. No me llegas ni a la suela del zapato.
—No
llevas zapatos.
—¡Es
una maldita forma de hablar!
Ella
puso los brazos en jarras mientras se levantaba.
—Ah,
vale tío. Pues se avisa, que la gente se puede confundir. ¿Por
qué no llevas zapatos? —preguntó.
—¡No
cambies de tema! —él apretó los puños,
intentando controlarse—. Voy a matarte, mocosa.
Victoria
le mantuvo fija la mirada.
—Lo
sé —dijo. Kinzoku se quedó sorprendido—. No soy tan
inocente como para creer ganaré esta batalla sólo por
mi buena suerte y porque soy una protagonista. Esto no es ningún
manga. Simplemente, no podía quedarme de brazos cruzados
—deslizó sus manos por las caderas hasta que sus
extremidades quedaron colgando de los hombros—. Es extraño.
Nunca había sentido esto —sonrió con tristeza—;
esas ganas de querer proteger algo o alguien que no fuera yo misma.
Siempre he mantenido la idea de que es absurdo morir por una causa,
si tú no vas a poder disfrutar de ella. Egoísta, ¿no
crees? Incluso sigo creyendo en ella ahora. Pero, simplemente, no
puedo quedarme a ver cómo matas a mi Maestro sin hacer nada.
Kinzoku
rió.
—Voy
a disfrutar matándote delante de ese intento de Sabio. Luego
le mataré a él, entenderá el verdadero dolor y
conseguiré el medallón de la Rata —dijo.
La
castaña endureció su mirada plomiza.
—No
hables del dolor como si nada —masculló—. Tú no
entiendes el verdadero dolor, nunca lo has sentido. La gente como tú,
que dice conocer el sufrimiento, sólo son seres inferiores que
fingen ser fuertes. Puedo permitir que me mates, que me pisotees, que
me insultes, pero no dejaré que hables del dolor como si lo
conocieras. Adelante, mátame si quieres, pero jamás
conocerás el verdadero dolor, ¡nunca! El dolor no es
sólo físico. ¡El dolor es un arte, es un camino!
¡El dolor es la única forma de hallar la paz! —gritó—.
¡Vamos, hazme ver tu dolor! ¡Enséñame cuál
ha sido tu sufrimiento a lo largo de tu vida! ¡A cuántas
personas has perdido! ¡Quiero ver qué te envió en
la oscuridad, quién te empujó al pozo del dolor, cómo
caíste en la desesperanza del sufrimiento! —bramó—
¡Muéstramelo! ¿¡Quieres matarme!? ¡Hazlo!
¿¡Cuál es tu... problema...
Un
hilillo de sangre recorrió su labio hasta la barbilla. Se miró
el vientre ensangrentado y atravesado, el dolor recorriendo su cuerpo
como una descarga eléctrica.
—Tú
eres mi problema —dijo él.
Con
la mano alzada hacia ella, una vara de metal formada en la palma,
Kinzoku esbozó una sonrisa siniestra.
—¿Qué
decías del dolor? —preguntó con sorna.
Ella
alzó la cabeza.
—Decía...
—musitó mientras escupía más sangre y
arrancaba la estaca de su barriga y la tiraba al suelo—, que no
conoces el dolor. ¿Acaso eres sordo? —nuevamente, de su boca
salió un chorro de líquido carmesí—. Una
vez... una persona me dijo que hay que mirar el dolor de frente, no
dejar que te ataque por la espalda. Enfrentarte a él,
acomodarse a las sensaciones que te brinda. Son la manera más
fácil de no sufrir. Usar el dolor es la única forma de
abrir los ojos sin estar cegados —tosió—. Me dijo que el
dolor era como el viento; a veces te da de frente, otras por detrás.
Un poco te puede ayudar a caminar de nuevo, pero mucho te obligar a
los ojos —se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el
suelo—. De donde yo vengo hay mucho viento... y mucho dolor. Quizás
es por eso por lo que me gusta vivir allí —rió con
amargura—. ¿A qué esperas para matarme? Quiero
terminar con esta tontería que es mi vida. Cuánto más
pronto, mejor.
—Sus
deseos son órdenes —dijo el pelirrojo acercándose a
ella—... princesa del dolor.
Clavó
de nuevo la vara, esta vez en sus antebrazo derecho. En el rostro de
Victoria no se reflejó ninguna emoción. Sólo
unos ojos grises oscurecidos. Repitió el movimiento en su
pierna, costado y mano.
—¿No
vas a quejarte? —preguntó.
—Incluso
te lo he dicho en un precioso discurso. Ya no hay que me haga sentir
viva, más que la muerte y el sufrimiento —susurró con
poca fuerza debido a la pérdida de sangre—. ¿Por qué
no acabas conmigo? Sólo soy una chica inútil. La típica
chica del héroe que tiene que ser salvada cada saga de las
manos del malvado villano. Siempre me he quejado de ese tipo de
personajes, y resulta que yo soy una de ellas. Irónico, ¿no?
—rió—. Realmente... no estoy hecha para protagonista.
***
—¡Mal,
Victoria! —gritó una mujer de cabello rubio y ojos
esmeralda—. Otra vez has suspendido, ¿por qué no
puedes ser como tu hermana? Ella es rubia y de ojos como el cielo,
como toda la familia, saca 10 en todo, es inteligente, guapa y
educada —le riñó.
—Tú
eres una mocosa insolente y tonta. ¡Y no has sacado ningún
gen de la familia! Se podría llegar a pensar que tu madre me
puso los cuernos con un retrasado y se quedó embarazada de ti
—gruñó otro hombre con el mismo cabello y ojos
azules.
—¡Oye,
no me eches la culpa a mí del nacimiento de este engendro!
—respondió la rubia—. Si hubiera sido por mí,
habría abortado, pero va en contra de mis principios.
—Callaos,
panda de gilipollas —espetó la niña de pelo castaño
y ojos grises, quien se había mantenido en silencio desde el
inicio de la discusión. Apretó los puños—. Me
da igual que penséis que no debí haber nacido. No me
importa lo que opinéis sobre “esta decepción de
niña”, que no os guste que no vaya vestida con florecitas
rosas ni me gusten las muñecas, que no sea rubia de ojos
azules, que vea para mi futuro algo más que ser una mierda
amargada de ama de casa como tú, ni si os molestan mis malas
notas. No me duele, ¿o acaso no lo veis? Mientras vosotros os
quedáis en vuestra burbuja retrógrada, cabezas huecas,
yo iré caminando un paso por detrás para empujaros.
¡Pero no lo podéis ver! —chilló, y se fue
corriendo por el pasillo de la enorme casa.
—Muy
bien, Herrera —dijo el profesor—. Es la única
multiplicación que me has hecho bien de toda la hoja del
ejercicio, pero está bien —el hombre intentó
aguantarse la risa, pero la castaña ya había notado que
a ese bastardo de hacía gracia.
—¡Eh,
chicos, sacad la tarta, que Victoria la Tonta ha hecho algo bien!
—gritó uno de sus compañeros.
Victoria
sólo apretó los puños y se sentó en su
sitio.
A
su lado, el chico que había llegado ese mismo día a la
clase le sonrió. Su cabello era rubio, corto y desordenado,
sus ojos azules como el cielo. Por eso ella le odiaba.
—Hola
—saludó él con una sonrisa—. Soy Marco. Marco Vega.
—Lo
sé —dijo ella secamente con le ceño fruncido—. Ya
me lo has dicho cinco veces, inglesito.
Él
rió con nerviosismo, rascándose la nunca.
—Ya,
ya. Aún no me acostumbro al viento de España —dijo—.
Victoria, ¿no? Un placer —le estrechó la mano.
Ella
la retiró con brusquedad.
—Si
te ven hablando conmigo, te tratarán mal —le informó
con mala cara, aunque estaba sorprendida de que un chico tan mono le
dirigiera la palabra.
—¡No
me importa, realmente! —sonrió.
—Sí
debería importarte. Así no tendrás amigos.
—Puedo
ser tu amigo —Marco puso una mueca de duda.
Sus
ojos grises se centraron en los de él, provocando que le
recorriera un escalofrío por la espina dorsal.
—Yo
no tengo amigos, ni me interesa tenerlos. Estoy mejor sola —le
respondió.
Pero
en los labios del chico rubio se dibujó una sonrisa triste.
—Debe
de dolerte estar sola —dijo—. Comprendo tu dolor.
Y
ella explotó.
—¡No,
no lo entiendes! —chilló, ganándose la atención
de toda la clase—. ¡Déjame en paz! ¿Tan difícil
es de entender? ¡Déjame sola, estoy mejor así!
Y
se fue corriendo de la clase.
—¿Victoria?
—preguntó una voz que a la chica se le hacía
demasiado conocida—. Victoria, ¿qué haces encerrada
en el baño? ¿Estás llorando?
—¡No!
—gritó entre sollozos—. ¡Llorar es para las niñitas
que son débiles! ¡Son los débiles los que lloran!
Escondió
su cara entre sus rodillas abrazadas por sus mismos brazos.
—O
para los que llevan demasiado tiempo siendo fuertes —sonrió
él cuando abrió la puerta, mirándola con calidez
en sus ojos azules.
—La
gente me dice que mis ojos no tienen color.
—Todos
los ojos tienen color.
—¡No!
—ella le encaró—. Incluso los ojos negros son de un marrón
oscuro. Dicen que es raro que no tengan ningún color, que sean
sólo grises.
Él
se acercó, poniéndose de puntillas, sin ningún
pudor para observarla atentamente, ante el sonrojo de ésta.
—Te
equivocas —sonrió Marco—. No son del todo grises. Tienen
un toque... violeta. Muy bonitos. Más que los míos.
Ella
chasqueó la lengua con molestia al ver que sentaba a su lado.
Se quedó mirando a la nada, hasta que habló.
—¿Qué
sabrá un niñito rubio, guapo, inglés y que saca
todo sobresalientes?
Marco
abrió los ojos con sorpresa, para luego reírse entre
dientes.
—¿Me
acabas de llamar guapo? —enarcó una ceja—. Gracias. Tú
también lo eres.
Victoria
se ruborizó con violencia.
—¡No,
lo retiro, es más, nunca lo he dicho! —negó con la
cabeza, pero se calló al notar la mano del chico revolviendo
el pelo de su cabeza.
—¡Tranquila!
Decir halagos no es malo —rió entre dientes—. Un halago es
mejor que un insulto. Los insultos, como tonta, duelen.
—¡Marco!
—gritó una voz desgarradora.
Su
cabello castaño mojado por la lluvia, sus ojos grises
brillantes por las lágrimas, su ropa ondeando al viento. En
sus brazos, el chico rubio de ojos azules, con una gran brecha en la
cabeza y una sonrisa en el rostro.
—¡Marco,
no cierres los ojos! ¡Por favor, Marco! —sollozó.
Entonces miró cómo un coche negro huía de ahí
a una enorme velocidad—. ¡¡HIJO DE PUTA!! —gritó
con todas sus fuerzas.
El
círculo de gente alrededor de ellos les miraba con curiosidad.
No con tristeza, ni pena, ni dolor. Sólo curiosidad. Saciar su
aburrimiento de sus monótonas vidas con el dolor de otra
persona. Básicamente, eso es el humor. “Una tragedia que le
ocurre a otro”. Por eso a Victoria le gustaba tanto el humor
absurdo.
—Marco...
—lloró mientras le abrazaba—. ¿Por qué lo
has hecho? ¿Por qué me has salvado?
Él
rió mientras escupía un poco de sangre.
—Simplemente,
no podía quedarme a ver cómo atropellaban a mi novia
sin hacer nada —sonrió.
—Tonto
—murmuró ella contra su pecho.
Él
le acarició la mejilla.
—¿Ni
medio muerto vas a dejar de insultarme? —enarcó una ceja—.
Vale, vale, no ha tenido gracia —se disculpó al ver la
mirada severa de su novia. Ella sólo apretó el colgante
que Marco le había regalado anteriormente aquella tarde contra
su pecho.
—¿Por
qué lo hiciste?
—Por
que eso... Eso significa amar —respondió—. Dar tu vida por
otra persona.
La
gente ya se había ido, y la ambulancia tardaría un rato
en llegar.
—Pero...
Aunque yo viva, tú vas a estar muerto y no podrás estar
conmigo, no tiene lógica. Y ciertamente parece egoísta
de mi parte —rió esta vez ella.
—Ambas
posibilidades son egoístas. Te dejo morir porque no quiero
hacerlo yo, o me sacrifico por ti para no notar tu ausencia en mi
vida. El amor es egoísta. Pero no quiero verte sufrir por mí,
Victoria —estrechó los ojos con el cariño brillando
en su mirada—. No quiero ser la razón de tu dolor.
Cerró
los ojos.
—¡No,
Marco, no cierres los ojos! —pidió la castaña
desesperadamente—. ¡Por favor, Marco, no te duermas, no
cierres los ojos!
“No
cierres los ojos”.
“No
vayas a la luz”.
“No
te duermas”.
No
permitas que el viento haga cerrar tus ojos grises.
—¡Victoria,
no, no cierres los ojos!
Y
todo es oscuridad.