viernes, 13 de septiembre de 2013

Capítulo 3

Capítulo 3:

~Colores en el viento~


¿Has visto a un lobo aullar a la luna azul?

¿Has visto a un lince sonreír?

¿Has cantado con la voz de las montañas?

Y colores en el viento descubrir.



Todos estaban sentados en el sofá del salón principal
¡No me lo creo! —bramó Lucas cruzándose de brazos—. Nos han dejado aquí tirados y se han ido a por ese estúpido medallón. ¡Solos!
Esto no venía en el contrato —se quejó Hanon.
Opino lo mismo —dijo Ash.
Victoria apretó los puños.
¡Voy a seguir a esa bola de billar! —se levantó del sofá con brusquedad, pero el moreno agarró la punta de su chaqueta y la castaña cayó al suelo en plancha—. ¡Eh, tú! —gruñó—, ¡suéltame!
No vas a ir a ninguna parte tú sola —siseó él con frialdad—, no hasta que hayamos trazado una estrategia.
¿Con estrategias te refieres a explotar cosas, robar y liarse con tías buenas? —no hace falta explicar quién dijo eso.
No, no, y, ¡por el amor de Dios, no! —Hanon suspiró mientras negaba con la cabeza una y otra vez, exasperada.
El rubio hizo un mohín infantil.
Cuando digo estrategia me refiero a seguir a los Maestros sin que nos vean —explicó el chico.
La castaña enarcó una ceja, pensativa.
¿Dónde habré dejado la capa de invisibilidad? —preguntó Victoria sobándose la frente dolorida e intentando reprimir miradas asesinas hacia Ash.
Ya se te ha pegado la tontería de Lucas —masculló la morena por lo bajo.
Se llama carisma, monada —el rubio frunció el ceño, pero esbozó una sonrisa altanera. Hanon sólo rodó los ojos—. Pero no podemos perseguirles. La tormenta de nieve que hay afuera habrá borrado ya los rastros.
Todos se sorprendieron.
Lucas, tú... —murmuró Ash, pero cambió la cara a una de sarcasmo, imitando la sonrisa del actor—. Has dicho algo inteligente, ¿quién eres y qué has hecho con nuestro Lucas Silva?
Lucas sólo frunció aún más el ceño.
¡Tengo una idea! —gritó Victoria rascándose la nariz—. En media hora aquí. Traed abrigo y una mochila con comida y otras cosas que necesitéis.
Y dicho eso, desapareció y se fue a su habitación a una velocidad estrepitosa.
Qué mala es la adolescencia... —musitó Ash.
Tú todavía eres un adolescente —rezongó Lucas, quien se sentía orgulloso de ser el más mayor.
Yo ya tengo diecinueve años —encaró—, ya no soy un niño.
Ya, claro, eso dicen todos —dijo el actor—. También me lo suelen decir las chicas con las que me acues-
Pero no pudo terminar, ya que alguien había lanzado un libro sobre márketing hacia su rostro.

~o~

Hanon no podía esperar más. El sonido de sus botas chocando contra el suelo inundaba la habitación. Su paciencia era poca, y ya había gastado más de la mitad. Odiaba esperar y hacer esperar a los demás.
Estaba metida en sus cavilaciones cuando Ash y Lucas llegaron trotando.
¿Dónde está Vicky? —preguntó el rubio mirando a los lados.
¡No me llames así! —se escuchó en el fondo. Ambos chicos dieron la vuelta y se encontraron a la castaña con su usual chaqueta abrochada hasta el cuello, la capucha echada y un bulto en su cabeza—. ¿Estáis listos?
¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó la morena señalándola.
Nuestra salvación —sonrió ella.

~o~

Sigo sin estar del todo seguro —se quejó Ash con los brazos cruzados para darse calor a través de la tela negra de su abrigo.
Eso no importa. Lo que sí que es extraño es que “eso” nos vaya a ayudar —dijo Hanon.
La castaña sonrió con sorna.


—“Eso” se llama Expósito. Es genial rastreando olores, incluso con este tipo de climas.
El mapache soltó una risilla que a los otros tres le resultó irritante.
¡Allá vamos! —gritaron Lucas y Victoria mientras salían—. Espera —Lucas paró en seco mientras miraba a sus compañeros—. Necesitamos un nombre para nuestro grupo.
Mmm... ¿Qué tal Vihaluash? —ideó la más pequeña—. Suena bien.
Ni de coña —refutó el moreno.
Kami... —murmuró Hanon.
Todos la miraron.
¡Claro! —sonrió Victoria—. ¡Ese nombre es genial! —dijo—. Kami significa Dios en japonés —explicó ante su desinformado equipo—. Me gusta mucho el manga —se encogió de hombros.
Está guay —dijo el rubio—. ¡Somos Kami! ¡Somos... Dios! —alzó el puño.
No me importa. ¿En qué dirección, enana? —preguntó Ash.
Ella arrugó el ceño.
No me llames enana, cabeza de alcornoque.
Creía que el cabeza de alcornoque era Lucas —sonrió él con autosuficiencia mientras señalaba al actor.
Victoria sólo apretó los puños, se subió la capucha de la chaqueta y acarició el pelaje del mapache.
Vayámonos ya.

~o~

¡Ash! —gritó a plena voz Lucas, seguido de las voces de las dos chicas que repetían el nombre.
Hacía muchísimo frío. Además de la tormenta de nieve, que les dificultaban aún más el avance. El único que parecía inmune a todo era el pequeño Expósito, que, bueno, hacía cosas de mapaches.
¡Ash, maldito bastardo! —vociferó Victoria—. ¿Dónde está este tío? ¡Tiene menos sentido de la orientación que mi abuela la der pueblo!
Habló la que se queda en embobada cada media hora —contraatacó Hanon, pero la castaña sólo infló los mofletes, para luego desinflarlos lentamente con sus ojos grises brillando de sorpresa.
¡Ahí está! —gritó señalando algún punto en el risco de una montaña.
En efecto, el moreno oteaba el horizonte con la mano en la frente para protegerse de la nieve y otra con una pequeña llama en la mano para darse calor, con la capucha negra puesta, un guante en la mano derecha y otro en el bolsillo, así como sus usuales botas negras de cuero.


¡Idiota, más que idiota! —dijo Lucas. Pegó un puñetazo al suelo lleno de nieve y una grieta se formó ante él, destrozando la irregularidad terrenal en la que se hallaba en chico de fuego. Se cayó de culo y nada más levantarse lanzó una bola de fuego hacia el rubio—. ¡Eh! ¿¡A qué ha venido eso!?
¡Casi me matas, imbécil! —vociferó el otro.
Tsk —Hanon esquivó el gran boquete—. Vamos, el mapache nos está adelantando.
Y todos emprendieron de nuevo el camino.

~o~

Phoenum, tú a la derecha y yo a la izquierda. Blizzard, busca por las otras dos recámaras superiores. E Ignis, necesito saber cuántos soldados son para trazar una estrategia.
Exacto. El que acababa de hablar era nuestro querido Kursus. Todos cumplieron las órdenes del estratega con rapidez.
El jamaicano examinó la cueva con parsimonia. Se escuchaba el sonido de lucha al fondo, por donde se había ido la pelirroja. En donde se encontraba no había nada más que piedras y polvo. Las irregulares paredes grises ocultaban el medallón de la Rata, y él lo sabía.
Estaba algo nervioso por haber dejado a los elegidos en la mansión, sobre todo a sabiendas de que estaban deseosos de aventuras. Salió rápidamente de allí para ir al encuentro de Ignis y Phoenum, quienes habían llegado ya a la cámara principal.
¿Cuántos son? —preguntó impaciente.
Muchos —la pelirroja respiraba con dificultad—. La mayoría controlan el hielo, pero el que parece ser el Capitán de este escuadrón es de elemento metal. Deben de ser unos cincuenta, aproximadamente. Ya he acabado con diez.
¿Y Blizzard? —Phoenum escrutó la cueva con la mirada.
Ignis frunció el ceño.
Aún no ha llega-
¡Hooolaaaa! —gritó una voz a sus espaldas.
A la rubia casi se le desencajó la boca al ver a Victoria, Lucas, Hanon y Ash corriendo en su dirección con ropas de esquimal.
¡Lu-lu-lucas! —balbuceó la rubia.
¿Qué hay de nuevo, vieja? —rió él entre dientes, ganándose un golpe en la cabeza por parte de su maestra.
¿¡Qué rayos hacéis aquí, panda de idiotas!? ¡Esto es muy peligroso! —la castaña inclinó la cabeza con una sonrisa aviesa ante la reprimenda.
Es la hora de las tortas —susurró juntando ambos puños, antes de echar a correr por el pasadizo en el que anteriormente Blizzard se había ido.
Kursus chasqueó la lengua.
Niña loca... —se quejó.

***

No podía evitar sentir dolor. Las varas de metal incrustadas en su cuerpo le habían tomado por sorpresa, ya que creía estar solo en esa recámara superior de la cueva. Le miró. Podía ver su sonrisa altanera, cómo se reía de él, aunque él mismo era más poderoso.
Creí estar solito aquí, pero gracias por hacerme compañía —dijo una voz desde la penumbra.
Tú... —se removió en el suelo, sintiendo el hierro profundizar en su cuerpo y escupió sangre—. Ese sello en tu cuello no es el de un Sargento Mayor, es el de un Capitán.
¿Por qué creías que yo era un Sargento? Me llamo Kinzoku, un placer —dijo el hombre, de cabello naranja en punta y ojos del mismo color, con algo de diversión mientras se agachaba hacia él—. Deberías haberme preguntado antes. Aunque, por otra parte... Me has decepcionado. Me imaginaba que uno de los geniales y ultra poderosos Maestros de los Elementos, los alumnos directos de la Sabia de los Cuatro Senderos, sería más fuerte.

Me has pillado desprevenido —gruñó Blizzard mirándole desde abajo—. Además, ¿qué tiene este maldito metal? Me... me quita las fuerzas.
Kinzoku rió.
¿Por qué debería decírtelo? —enarcó una ceja—. Bueno, aunque lo sepas, poco puedes hacer. Estás perdiendo mucha sangre, así que no tardarás en caer inconsciente. Exitium, como a todos sus subordinados, me creó con los genes de un elemento en especial. El metal. Puedo fundir, solidificar, deformar y crear cualquier tipo de metal. En el que acabo de usar para atravesarte, lo he mezclado con una sustancia que te paraliza y te arranca las fuerzas. Ahora puedo matarte sin contemplaciones.
Se acercó a él y de uno de sus dedos salió una barra de metal puntiaguda. La puso sobre su pecho, en la zona del corazón y apretó contra la piel.
¿Qué pasa? ¿No eras tú el que defendía el poder del dolor? —rió entre dientes—. Ahora vas a ver lo que es dolor de verdad.

***

¡Son muchos!
Un torrente de agua inundó la cueva hasta, por lo menos, metro y medio de altura.
¡Hanon! —se quejó Ash.
Haya paz —gritó Lucas. De un manotazo al suelo, creó una plataforma de roca irregular para que el agua no le llegara al usuario de fuego.
Habían acabado con la mayoría de los soldados, pero todavía quedaban los más fuertes. Eran usuarios de hielo, por lo que Ash e Ignis lo tenían fácil, mientras que Kursus y Hanon no tanto.
Phoenum esquivó otro ataque, se agachó y de un puñetazo abrió una brecha en el suelo de la cueva, arrastrando a varios enemigos hacia sus profundidades. Suspiró con cansancio. Llevaban, ¿cuánto? ¿Dos horas peleando? Sólo esperaba que su compañero y la loca e inconsciente de su alumna estuvieran bien.

***

¡Victoria salvaje apareció! —gritó cuando entró en la última sala de la cueva que estaba sin explorar. ¡Bingo! Después de media hora buscando, al fin había encontrado a su Maestro. Pero lo que vio no le gustó nada; un hombre de cabello y ojos naranjas estaba apunto de ensartar una vara de metal en la espalda de Blizzard—. ¡Maestro!
Así que esta es la futura Sabia del Viento, ¿eh? —rió Kinzoku—. No pareces gran cosa, así que no tardaré mucho contigo. Pero antes... —desplazó el arma de su espalda a sus manos—, me gustaría terminar con él.
Dicho y hecho; clavó la estaca en el dorso de sus manos. Victoria abrió la boca, anonadada ante la mueca de dolor de Blizzard. ¿Cómo podía haber vencido ese pelirrojo de pacotilla a su genial y alucinante Maestro?
¡Bastardo! —gritó mientras se acercaba a Blizzard y apoyaba las manos en la barra, agachando la cabeza con el ceño fruncido—. Tú... Te voy a matar —sentenció con un gruñido sin mirarle.


¡Já! Como si pudieras, mocosa. No me llegas ni a la suela del zapato.
No llevas zapatos.
¡Es una maldita forma de hablar!
Ella puso los brazos en jarras mientras se levantaba.
Ah, vale tío. Pues se avisa, que la gente se puede confundir. ¿Por qué no llevas zapatos? —preguntó.
¡No cambies de tema! —él apretó los puños, intentando controlarse—. Voy a matarte, mocosa.
Victoria le mantuvo fija la mirada.
Lo sé —dijo. Kinzoku se quedó sorprendido—. No soy tan inocente como para creer ganaré esta batalla sólo por mi buena suerte y porque soy una protagonista. Esto no es ningún manga. Simplemente, no podía quedarme de brazos cruzados —deslizó sus manos por las caderas hasta que sus extremidades quedaron colgando de los hombros—. Es extraño. Nunca había sentido esto —sonrió con tristeza—; esas ganas de querer proteger algo o alguien que no fuera yo misma. Siempre he mantenido la idea de que es absurdo morir por una causa, si tú no vas a poder disfrutar de ella. Egoísta, ¿no crees? Incluso sigo creyendo en ella ahora. Pero, simplemente, no puedo quedarme a ver cómo matas a mi Maestro sin hacer nada.
Kinzoku rió.
Voy a disfrutar matándote delante de ese intento de Sabio. Luego le mataré a él, entenderá el verdadero dolor y conseguiré el medallón de la Rata —dijo.
La castaña endureció su mirada plomiza.
No hables del dolor como si nada —masculló—. Tú no entiendes el verdadero dolor, nunca lo has sentido. La gente como tú, que dice conocer el sufrimiento, sólo son seres inferiores que fingen ser fuertes. Puedo permitir que me mates, que me pisotees, que me insultes, pero no dejaré que hables del dolor como si lo conocieras. Adelante, mátame si quieres, pero jamás conocerás el verdadero dolor, ¡nunca! El dolor no es sólo físico. ¡El dolor es un arte, es un camino! ¡El dolor es la única forma de hallar la paz! —gritó—. ¡Vamos, hazme ver tu dolor! ¡Enséñame cuál ha sido tu sufrimiento a lo largo de tu vida! ¡A cuántas personas has perdido! ¡Quiero ver qué te envió en la oscuridad, quién te empujó al pozo del dolor, cómo caíste en la desesperanza del sufrimiento! —bramó— ¡Muéstramelo! ¿¡Quieres matarme!? ¡Hazlo! ¿¡Cuál es tu... problema...
Un hilillo de sangre recorrió su labio hasta la barbilla. Se miró el vientre ensangrentado y atravesado, el dolor recorriendo su cuerpo como una descarga eléctrica.
Tú eres mi problema —dijo él.
Con la mano alzada hacia ella, una vara de metal formada en la palma, Kinzoku esbozó una sonrisa siniestra.
¿Qué decías del dolor? —preguntó con sorna.
Ella alzó la cabeza.
Decía... —musitó mientras escupía más sangre y arrancaba la estaca de su barriga y la tiraba al suelo—, que no conoces el dolor. ¿Acaso eres sordo? —nuevamente, de su boca salió un chorro de líquido carmesí—. Una vez... una persona me dijo que hay que mirar el dolor de frente, no dejar que te ataque por la espalda. Enfrentarte a él, acomodarse a las sensaciones que te brinda. Son la manera más fácil de no sufrir. Usar el dolor es la única forma de abrir los ojos sin estar cegados —tosió—. Me dijo que el dolor era como el viento; a veces te da de frente, otras por detrás. Un poco te puede ayudar a caminar de nuevo, pero mucho te obligar a los ojos —se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo—. De donde yo vengo hay mucho viento... y mucho dolor. Quizás es por eso por lo que me gusta vivir allí —rió con amargura—. ¿A qué esperas para matarme? Quiero terminar con esta tontería que es mi vida. Cuánto más pronto, mejor.
Sus deseos son órdenes —dijo el pelirrojo acercándose a ella—... princesa del dolor.
Clavó de nuevo la vara, esta vez en sus antebrazo derecho. En el rostro de Victoria no se reflejó ninguna emoción. Sólo unos ojos grises oscurecidos. Repitió el movimiento en su pierna, costado y mano.
¿No vas a quejarte? —preguntó.
Incluso te lo he dicho en un precioso discurso. Ya no hay que me haga sentir viva, más que la muerte y el sufrimiento —susurró con poca fuerza debido a la pérdida de sangre—. ¿Por qué no acabas conmigo? Sólo soy una chica inútil. La típica chica del héroe que tiene que ser salvada cada saga de las manos del malvado villano. Siempre me he quejado de ese tipo de personajes, y resulta que yo soy una de ellas. Irónico, ¿no? —rió—. Realmente... no estoy hecha para protagonista.

***
¡Mal, Victoria! —gritó una mujer de cabello rubio y ojos esmeralda—. Otra vez has suspendido, ¿por qué no puedes ser como tu hermana? Ella es rubia y de ojos como el cielo, como toda la familia, saca 10 en todo, es inteligente, guapa y educada —le riñó.
Tú eres una mocosa insolente y tonta. ¡Y no has sacado ningún gen de la familia! Se podría llegar a pensar que tu madre me puso los cuernos con un retrasado y se quedó embarazada de ti —gruñó otro hombre con el mismo cabello y ojos azules.
¡Oye, no me eches la culpa a mí del nacimiento de este engendro! —respondió la rubia—. Si hubiera sido por mí, habría abortado, pero va en contra de mis principios.
Callaos, panda de gilipollas —espetó la niña de pelo castaño y ojos grises, quien se había mantenido en silencio desde el inicio de la discusión. Apretó los puños—. Me da igual que penséis que no debí haber nacido. No me importa lo que opinéis sobre “esta decepción de niña”, que no os guste que no vaya vestida con florecitas rosas ni me gusten las muñecas, que no sea rubia de ojos azules, que vea para mi futuro algo más que ser una mierda amargada de ama de casa como tú, ni si os molestan mis malas notas. No me duele, ¿o acaso no lo veis? Mientras vosotros os quedáis en vuestra burbuja retrógrada, cabezas huecas, yo iré caminando un paso por detrás para empujaros. ¡Pero no lo podéis ver! —chilló, y se fue corriendo por el pasillo de la enorme casa.



Muy bien, Herrera —dijo el profesor—. Es la única multiplicación que me has hecho bien de toda la hoja del ejercicio, pero está bien —el hombre intentó aguantarse la risa, pero la castaña ya había notado que a ese bastardo de hacía gracia.
¡Eh, chicos, sacad la tarta, que Victoria la Tonta ha hecho algo bien! —gritó uno de sus compañeros.
Victoria sólo apretó los puños y se sentó en su sitio.
A su lado, el chico que había llegado ese mismo día a la clase le sonrió. Su cabello era rubio, corto y desordenado, sus ojos azules como el cielo. Por eso ella le odiaba.
Hola —saludó él con una sonrisa—. Soy Marco. Marco Vega.
Lo sé —dijo ella secamente con le ceño fruncido—. Ya me lo has dicho cinco veces, inglesito.
Él rió con nerviosismo, rascándose la nunca.
Ya, ya. Aún no me acostumbro al viento de España —dijo—. Victoria, ¿no? Un placer —le estrechó la mano.
Ella la retiró con brusquedad.
Si te ven hablando conmigo, te tratarán mal —le informó con mala cara, aunque estaba sorprendida de que un chico tan mono le dirigiera la palabra.
¡No me importa, realmente! —sonrió.
Sí debería importarte. Así no tendrás amigos.
Puedo ser tu amigo —Marco puso una mueca de duda.
Sus ojos grises se centraron en los de él, provocando que le recorriera un escalofrío por la espina dorsal.
Yo no tengo amigos, ni me interesa tenerlos. Estoy mejor sola —le respondió.
Pero en los labios del chico rubio se dibujó una sonrisa triste.
Debe de dolerte estar sola —dijo—. Comprendo tu dolor.
Y ella explotó.
¡No, no lo entiendes! —chilló, ganándose la atención de toda la clase—. ¡Déjame en paz! ¿Tan difícil es de entender? ¡Déjame sola, estoy mejor así!
Y se fue corriendo de la clase.


¿Victoria? —preguntó una voz que a la chica se le hacía demasiado conocida—. Victoria, ¿qué haces encerrada en el baño? ¿Estás llorando?
¡No! —gritó entre sollozos—. ¡Llorar es para las niñitas que son débiles! ¡Son los débiles los que lloran!
Escondió su cara entre sus rodillas abrazadas por sus mismos brazos.
O para los que llevan demasiado tiempo siendo fuertes —sonrió él cuando abrió la puerta, mirándola con calidez en sus ojos azules.
La gente me dice que mis ojos no tienen color.
Todos los ojos tienen color.
¡No! —ella le encaró—. Incluso los ojos negros son de un marrón oscuro. Dicen que es raro que no tengan ningún color, que sean sólo grises.
Él se acercó, poniéndose de puntillas, sin ningún pudor para observarla atentamente, ante el sonrojo de ésta.
Te equivocas —sonrió Marco—. No son del todo grises. Tienen un toque... violeta. Muy bonitos. Más que los míos.
Ella chasqueó la lengua con molestia al ver que sentaba a su lado. Se quedó mirando a la nada, hasta que habló.
¿Qué sabrá un niñito rubio, guapo, inglés y que saca todo sobresalientes?
Marco abrió los ojos con sorpresa, para luego reírse entre dientes.
¿Me acabas de llamar guapo? —enarcó una ceja—. Gracias. Tú también lo eres.
Victoria se ruborizó con violencia.
¡No, lo retiro, es más, nunca lo he dicho! —negó con la cabeza, pero se calló al notar la mano del chico revolviendo el pelo de su cabeza.
¡Tranquila! Decir halagos no es malo —rió entre dientes—. Un halago es mejor que un insulto. Los insultos, como tonta, duelen.




¡Marco! —gritó una voz desgarradora.
Su cabello castaño mojado por la lluvia, sus ojos grises brillantes por las lágrimas, su ropa ondeando al viento. En sus brazos, el chico rubio de ojos azules, con una gran brecha en la cabeza y una sonrisa en el rostro.
¡Marco, no cierres los ojos! ¡Por favor, Marco! —sollozó. Entonces miró cómo un coche negro huía de ahí a una enorme velocidad—. ¡¡HIJO DE PUTA!! —gritó con todas sus fuerzas.
El círculo de gente alrededor de ellos les miraba con curiosidad. No con tristeza, ni pena, ni dolor. Sólo curiosidad. Saciar su aburrimiento de sus monótonas vidas con el dolor de otra persona. Básicamente, eso es el humor. “Una tragedia que le ocurre a otro”. Por eso a Victoria le gustaba tanto el humor absurdo.
Marco... —lloró mientras le abrazaba—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has salvado?
Él rió mientras escupía un poco de sangre.
Simplemente, no podía quedarme a ver cómo atropellaban a mi novia sin hacer nada —sonrió.
Tonto —murmuró ella contra su pecho.
Él le acarició la mejilla.
¿Ni medio muerto vas a dejar de insultarme? —enarcó una ceja—. Vale, vale, no ha tenido gracia —se disculpó al ver la mirada severa de su novia. Ella sólo apretó el colgante que Marco le había regalado anteriormente aquella tarde contra su pecho.
¿Por qué lo hiciste?
Por que eso... Eso significa amar —respondió—. Dar tu vida por otra persona.
La gente ya se había ido, y la ambulancia tardaría un rato en llegar.
Pero... Aunque yo viva, tú vas a estar muerto y no podrás estar conmigo, no tiene lógica. Y ciertamente parece egoísta de mi parte —rió esta vez ella.
Ambas posibilidades son egoístas. Te dejo morir porque no quiero hacerlo yo, o me sacrifico por ti para no notar tu ausencia en mi vida. El amor es egoísta. Pero no quiero verte sufrir por mí, Victoria —estrechó los ojos con el cariño brillando en su mirada—. No quiero ser la razón de tu dolor.
Cerró los ojos.
¡No, Marco, no cierres los ojos! —pidió la castaña desesperadamente—. ¡Por favor, Marco, no te duermas, no cierres los ojos!

No cierres los ojos”.
No vayas a la luz”.
No te duermas”.
No permitas que el viento haga cerrar tus ojos grises.

¡Victoria, no, no cierres los ojos!

Y todo es oscuridad.