Capítulo 1:
~Preludio al fin~
—Las
ventas de botellas siguen bajando, los consumidores disminuyen.
"Qué
aburrimiento". Hanon hizo un esfuerzo sobrehumano por no
bostezar; sería una falta de educación gravísima
viniendo de la Gerente Gerenal de Marketing perteneciente a las
empresas Sekai No Mizu, encargada de distribuir agua embotellada por
todo el mundo, además de que aumentaría la
decepcionante imagen que tenía su padre de ella. Así
que mantuvo su posición erguida en la silla, con actitud
decidida, y observó el rostro de la persona que presidía
la mesa de reuniones, aquella persona a la que deseaba mostrarle lo
inteligente y capaz que era ella. La expresión de su padre era
fría, segura e imponente, digna del presidente de una empresa
de tal magnitud.
Dos
horas después, se dio por terminada aquella insoportable
reunión y todo el mundo empezó a retirarse. Hanon se
dio prisa para hablar con su padre antes de que este se encerrara en
su despacho.
—Mizutsuki—sama,
¿que le pareció mi idea con respecto a aumentar las
ventas?
—Una
estupidez —espetó—. Ahora, si me disculpa...
El
Sr. Mizutsuki cerró de un portazo la puerta de su despacho,
dejando a su hija sola en el pasillo.
—Claro
que no... padre.
~o~
Las
notas de "Claro de Luna" de Beethoven inundaron la
habitación, creando una atmósfera triste que envolvía
la figura de Hanon mientras tocaba el piano. Con la cabeza, la joven
seguía el ritmo de la melodía, dejando que su cabello
liso azabache colgara como una cortina que ocultaba parcialmente su
rostro bañado en lágrimas, que caían al compás
de la música. Sus manos marfileñas y de apariencia
engañosamente frágil se movían con envidiosa
habilidad por el teclado. Su cuerpo esbelto estaba vestido con una
camisa de mangas largas azul pálido, unos pantalones negros y
unos tacones blancos asesinos. Nada más adornaba su cuerpo más
que unos pendientes pequeños en forma de lágrimas,
herencia de su difunta madre. La joven era hermosa; sus rasgos
asiáticos no hacían más que realzar su belleza,
pero sus ojos azules como el océano dejaban vislumbrar una
tristeza latente en su interior Hanon se detuvo momento, para beber
un poco de agua, su quinto vaso consecutivo desde que llegó de
trabajar hacía menos de 2 horas siguió tocando. Fuera
empezó a llover. "Estamos en junio. El período de
lluvia en Fukuoka acaba de empezar", pensó, con una
sonrisa en los labios. Amaba la lluvia. Amaba el mar que bañaba
las costas de su ciudad natal. Amaba la piscina situada en el
apartamento gigantesco del que disponía. Amaba el agua que la
refrescaba cada vez que tomaba un trago. Amaba las duchas que se daba
varias veces al día. Amaba todo lo relacionado al agua.
Todo... menos la contaminación a la que se veía
sometido el océano a manos de unos sucios humanos. Eso la
ponía furiosa. Acabó la pieza de Beethoven y se camino
al baño. Era la hora de su tercera ducha del día
~o~
El
agua helada caía por su cuerpo eliminando todo rastro de
llanto de su cara. Hanon recordó como tía Susan
limpiaba sus lágrimas cada vez que se caía en la casa
de la playa en California. "Cuánto tiempo. Incluso en
aquella época de mi niñez mi padre no me hablaba.
Siempre me ha culpado de la muerte de mi madre y no sé qué
hacer para ganarme su afecto". Suspiró con fuerza. En un
intento desesperado porque llamar su atención se había
quemado las pestañas estudiando para entrar a trabajar en
Sekai no Mizu y tener un puesto importante, pero su padre sólo
habla con ella cuando están en las reuniones y es muy escueto
en sus intervenciones. "Basta ya" pensó, "mejor,
voy a dar un paseo"
~o~
Las
gotas de lluvia sólo molaban sus tacones; el resto estaba
protegido por su paraguas. caminaba sin rumbo, y pronto se vio parada
en la puerta de la mansión de su padre. quería hablar
con él. Deseaba poder convivir con él sin sentirse
culpable por la muerte que sufrió su madre en el parto, que el
le preguntara cómo había estado durante el día
mientras cenaban, decirle lo que sentía y lo que pensaba de
todo, no sólo de los negocios. Pero sabía que eso era
imposible, por lo que se había ido de casa con quince años.
aunque nunca se podría quitar ese sentimiento de culpa y
tristeza que amenazaba a su corazón, ya de por si frío.
Siguió
caminando hasta la playa. Tristeza, eso era. todo lo que la rodeaba
era triste. Triste por no ser capaz de enorgullecer a su único
pariente vivo, y, asimismo, sentirse orgullosa de si misma. Observó
el ir y venir de las olas, uno de sus pasatiempos preferidos. De
repente, se percató de que algo un tanto amorfo nadaba en su
dirección. se acercó un poco para verlo mejor, y, para
su sorpresa, emergió un tiburón blanco del agua. Se
quedó de piedra."¿Qué cojones hace un
tiburón blanco tan cerca de la costa?".
—Oye,
tú. ¿Qué miras?
se
le desencajo la mandíbula. ¿El tiburón acababa
de hablar? ¿Estaba loca?
—Chica,
me estás preocupado. No me mires así, me siento
acosado.
De
improviso, el tiburón empezó a transformarse. Unos
segundos después, Hanon tenía delante a un hombre de
estatura media, ojos azules, delgado, de contextura fuerte y tez
oscura, vestido con una túnica negra desabrochada hasta el
pecho de cuello alto y mangas largas, cuyos bajos eran azules, al
igual que el cuello. Pero lo más llamativo eran las rastas y
el gorro multicolor típico jamaicano que adornaban su cabeza.
La chica soltó un jadeo incrédulo.
—En
fin, veo que no me vas a dejar en paz. ¿Sabes quién es
Hanon Mizutsuki? Tengo prisa, guapa.
—So-soy
yo.
—¿Tú?
¿Seguro?
—Sí.
El
hombre suspiró, aliviado.
—Perfecto.
Mi nombre es Kursus, el Maestro del Agua, y el océano te ha
elegido a ti como la Sabia del Agua. ¿Entendido? Hale,
andando. Te vienes conmigo.
El
hombre la cogió del brazo y la empezó a arrastrar hacia
las olas.
—¡Espera,
espera! ¿A dónde vas? ¿A dónde me llevas?
Kursus
la miró como si fuera idiota.
— A
Suecia, a salvar el mundo.
—¡¿Qué?!
¡Suéltame!
—Mira,
no tengo mucho tiempo. Quiero llegar ya a casa para poder tumbarme en
el sofá y sobar junto a una buena y fría cerveza, así
que te vienes ahora, te enseño todo lo tengas que saber,
salvas el mundo, nos montamos una fiesta y vuelves a casita sana y
salva... o eso procuraré. No prometo nada.
—¿Salvar
el mundo?
—Sí,
chica, sí.
—¿No
será peligroso?
—Eso
es lo que mola.
—¿Y
si me niego?
—¿Y
que vas a hacer? ¿Seguir con esta mierda de vida que estás
viviendo, llorando por un hombre amargado que no te quiere y siendo
alguien que no eres, o ir a tener aventuras, jugarte el pellejo,
vivir en mayúsculas? Tú eliges, preciosa. Pero rápido.
Hanon
se quedó pensativa. Kursus tenía razón. Su vida
era una mierda, tenía la palabra “triste” grabada a fuego
en la frente. Quizá...
—Y...¿cuánto
me pagarán?
—La
verdad, no mucho. Comida y techo. Pero no es tan malo. Podemos montar
una discoteca con buena música. Bueno, no me puedo quedar aquí
todo el día, preciosa. ¿Vienes o no?
Hanon
suspiró e hizo una mueca de aparente desagrado al oír
"preciosa".
—Si
no hay más remedio...
Kursus
la agarró del brazo y una neblina de un azul oscuro similar al
océano los envolvió cuando desaparecieron.
***
El
equipo corría de aquí para allá, organizando
todo para el rodaje. Lucas volvió al taco de papeles que tenía
en sus manos.
—Y,
dime, Sabrina, ¿qué pasa con Henry? ¿Acaso ya no
lo amas? —murmuró, grabándolo en su memoria.
"¿Quién
coño a escrito esto?" pensó. "¿Acaso
ya no lo amas? ¡Cómo lo va a seguir amando si la he
encontrado follando con otro! Hay que ser imbécil".
—¡Lucas
Silva! —llamaron.
—¡Ya
voy!
Caminó
hasta el director Guerra, que se veía realmente enfadado.
—Espero
que te sepas el papel al pie de la letra.
—Sí,
sí.
—Bien.
¡Actores, a escena! —gritó—. Rodaremos la escena
trece, de nuevo. A sus posiciones.
"¿Que
le ocurre a este ahora? ¿Porqué esta así de
enfadado? ¿Acaso no sabe quien soy?".
Lucas
se colocó al lado de la cama con dosel blanca, donde Martha
estaba sentada, repasando el diálogo.
—Escena
trece, toma cinco.
—¡Acción!
—grito el director.
—¿Que
quieres, Paulo? —preguntó Martha.
—Sólo
saber porqué te estás acostando con ese granjero.
—contestó Lucas.
—¿Qué
granjero?
—Carlos
—Yo
no tengo nada con él.
—Os
vi.
—Mentira.
—Hermana,
¿cuando aprenderás que no me puedes ocultar nada? Lo
acabaré sabiendo. Lo sabes.
Martha
fingió estar frustrada.
—No
lo entiendes. Yo amo a Carlos.
—Y,
dime, Sabrina, ¿qué pasa con Henry? ¿Acaso ya no
lo amas?
—No
sabes cómo es él conmigo, aunque seas su mejor amigo.
—¡Corten!
—exclamó Guerra.— Martha, por favor, ponle más
ganas, ¿quieres?.
—Lo
siento —murmuró.
—Esta
bien, descanso. —concedió el director.
Lucas
suspiró. "¿Por qué habré aceptado
hacer esta serie? Es muy aburrida". Fue hasta su camerino y
se tumbó de un salto en el sofá blanco que ocupaba una
cuarta parte de su gran camerino. Llamó a su mánager.
—Smith
al habla.
—Soy
Lucas. Me quiero ir de aquí.
—¿Cómo?
—su voz detonaba alarma—. No puedes.
—¿Por
qué no? —replicó Lucas—. Es todo un aburrimiento.
Yo quiero algo más guay, ya sabes; bombas, explosiones,
carreras, acción, tías buenas... No un lío
amoroso para adolescentes mojabragas.
—Lucas,
Lucas, Lucas. Entiendelo. Esta serie nos da mucho dinero, y muchas
fans para ti. Te hace más famoso. Cuando acabes esta serie ya
buscaremos algo más... emocionante. Ahora vete a rodar esa
serie. Ganarás mucho dinero. Hazme caso.
Lucas
suspiró.
—Esta
bien.
~o~
Ya
era de noche. Lucas se miró al espejo. Llevaba el pelo rubio a
media melena y alborotado, una camiseta de manga corta negra con una
chaqueta azul oscuro, unos pantalones verdes pistacho y Converse
negras.
Sus ojos verdes revisaron que todo le quedaba bien y, guiñando
un ojo a su reflejo, exclamó,
—Seeh.
Aunque
era un poco bajo para sus veintitrés años, estaba
contento con su cuerpo atlético.
Salió
de su habitación del hotel rumbo a alguna discoteca. Tomó
el camino del parque. Le encantaba ver los árboles en todo su
esplendor, la hierba que bailaba con la suave brisa que soplaba por
Río de Janeiro.
Caminando,
se topó con un grupo de amigos que se reían, borrachos.
Los evitó. Le recordaban que iba solo. Siempre había
estado solo. Solía mentir diciendo que Martha, Alberto, Sara y
John eran sus
amigos,
cuando en realidad ellos sólo estaban con él por su
dinero y en los rodajes. El recuerdo de aquella fiesta de hace dos
meses en la que se dio cuenta de eso todavía le causaba un
fuerte sentimiento de tristeza, pero, sobre todo, soledad. Intentaba
disimularlo o esconderlo actuando como un Don Juan narcisista y
egocéntrico. Y le gustaba. Pero daría todo su dinero y
su fama por tener sólo un amigo de
verdad,
y no tener que actuar todo el tiempo. Suspiró. "Eso no
llegará. Por eso voy a buscar tías buenas. No quiero
dormir solo esta noche". Sonrió. Desayunar como un
rey, rodar esa asquerosa serie, comer, volver a rodar, cenar, salir,
ligar, y, si había suerte, pasar un buen rato con alguna tía
buena. Sí; esa era su vida.
***
Luces
de colores. Música a tope. Un grupo de chicas lo rodeaban.
—Bueno,
princesas, gracias por vuestra compañía, pero me voy.
—No
te vayas —suplicó una.
—Te
lo estás pasando muy bien.— murmuró otra, pasándole
una pierna por encima y mordiendo su oreja.
Lucas
le acarició la pierna y enredó sus dedos en su pelo
rojo.
—Señorita,
creo que me quedaré con usted una copa más.
Cinco
margaritas después y dos cervezas más, Lucas salió
de la discoteca acompañado por la chica pelirroja, totalmente
borracho. Reían como locos, se besaban y sobaban, dejando
claro sus intenciones para esta noche. Cruzaron una calle para ir a
un parque, y, de allí, ir al hotel donde Lucas se alojaba.
—Princesha,
eres mú uapa.— dijo Lucas, arrastrando las palabras—.
Ya verá como te lo pasa eta noche, mi amol.
De
repente, la chica gritó.
—¡Una
serpiente! —exclamó, agarrándose a la chaqueta de
Lucas, que río.
—Que
miedica eres, Sara... Paula... Ana... ¿Laura?
—Sofía.
—Sofía,
lo que decía.
La
serpiente enseñó sus colmillos a Sofía y empezó
a perseguirla. La chica huyó del parque gritando. La serpiente
se giró para mirar a Lucas, que estaba observando como su
pareja se perdía por las calles.
—Hijueputa,
ya he perdido todos los polvos de esta noche. —exclamó,
molesto.
La
serpiente empezó convulsionarse y, lo que antes era un reptil
ahora era una mujer entrada en años, su cabello rubio
ceniciento recogido en un moño apretado, vestida con una
túnica de cuello alto y mangas
largas.
cuyos bajos eran verdes y su cuello también. Su rostro blanco
tenía rasgos alemanes, y su expresión era de pocos
amigos. La mujer lo miró de arriba abajo, escrutándolo
con la mirada. Lucas se
sorprendió.
—Hostia,
que mujer tan fea.
La
mujer bufó.
—No
me lo puedo creer.
—¿El
que seas tan fea?
—¡No!
—exclamó—. El que mi alumno fuera un asno.
—¿Asno?
—Lucas se tambaleó—. ¿Sabes quien soy yo?
—Sí,
un borracho que tiene que salvar el mundo. Ahora te vienes conmigo. Y
dejas de beber.
—¿Irme
contigo? —rió— Lo siento, pero ya me lo han pedido chicas
más jóvenes y guapas que tú. Además; yo
no me acuesto con viejas.
La
mano de la mujer aterrizó en la cara de Lucas.
—Para
empezar, mi nombre en Phoenum, y no quiero acostarme contigo. Lo que
quiero es que aprendas, salves el mundo y que te pierdas de mi vista.
¿Entendido? El bosque te ha elegido para ser el Sabio de
Tierra, y yo seré tu Maestra.
Lucas
asintió, con la mano en su mejilla roja.
—Pero...
lo de salvar el mundo... Significa explosiones... robos... acción...
peligro de muerte...
—Sí,
sí, sí —cortó Phoenum.
Lucas
sonrió.
—Vale,
me apunto.
Phoenum
parpadeó.
—¿Ya
está? ¿No hay más preguntas?
—Puede
que esté borracho, pero yo quiero acción.
—Está
bien, cuando estés en condiciones hablaremos mejor sobre eso.
Nos vamos.
Phoenum
lo agarró del brazo.
—Espera.
La
mujer lo miró, irritada.
—¿Que?
—¿Tu
no eras antes una serpiente?
Suspiró,
y sacudió la cabeza.
De
repente, una niebla verdosa los envolvió, y lo último
que se escuchó fue el comentario de Lucas.
—Mola.
***
Se
tapó la nariz, respiró hondo y hundió la cabeza
en el agua. Los primeros segundos pudo aguantar, pero notó que
se quedaba sin aire y tuvo que volver a la superficie. Se sintió
frustrada. ¿Por qué era incapaz de soportar más?
Movió los brazos para empezar a nadar y se agarró a la
escalera para salir.
—Cinco
segundos, Victoria —su profesor chasqueó la lengua con
decepción al acercarse a ella, mirando el cronómetro
que llevaba en la mano—. ¿Por qué no le pones más
empeño? Vas fatal en mi clase.
Victoria
le miró, echando chispas por sus ojos grises. Se echó
para atrás su larga y revuelta —ahora ondulada por el agua—
cabellera cobriza oscura hacia atrás y bufó.
—Voy
fatal en todas las clases, señor López. Además;
no es mi culpa si no puedo ser un pez. No entiendo de qué me
puede servir la optativa de natación en un futuro —ella
frunció el ceño.
—Para
más de lo que te imaginas, Victoria —dijo él.
La
castaña resopló y entró en los vestuarios.
~o~
—Victoria
Herrera —leyó una chica rubia mientras sujetaba una chaqueta
de manga larga blanca con algunas partes de un sobrio malva—.
Vicks, es tuya, ¿no? —preguntó con algo de acento
andaluz.
La
susodicha ladeó la cabeza para mirarla. Asintió y
alargó la mano cuando su compañera le entregó la
prenda.
—Gracias
—musitó—. María —llamó a la rubia—,
¿tenemos educación física ahora, entonces?
—Sí,
yo que tú me cambiaba rápido; todas hemos terminado ya
—rezongó esta vez Carlota. Victoria asintió,
conforme, mientras miraba cómo la sala se quedaba vacía.
Se
sacó el bañador mojado, hizo una pelota con él y
lo metió en su mochila sin más dilación. Se secó
un poco con la toalla el pelo —ya que aún estaba algo
húmedo—, y se puso una camiseta negra de tirantes que le
llegaba por la mitad de las costillas. Luego se colocó unos
vaqueros negros cortos al ver que no se había traído
los shorts de deportes y unas vans negras y grises, además de
la chaqueta.
Se
miró al espejo.
Pudo
ver su rostro reflejado en la superficie de cristal. Su rostro
pálido, simbólicamente bello y realmete roto. Los
pómulos, altos y marcados. Sus ojos, grandes y algo rasgados,
su piel escuálida y llena de moratones a causa de todas las
tardes invertidas en ir a patinar y caerse. Estatura normal tirando a
baja y contextura atlética, brazos y piernas largos, curvas
marcadas pero escondidas bajo camisetas anchas que usualmente
enseñaban algún dibujo de humor absurdo, las muñecas
doloridas y el pelo, ya seco, despeinado y casi siempre revuelto por
el frecuente viento que había en Tarifa.
El
dolor era más que físico; sufría porque no daba
la talla para lo que le pedían sus padres y profesores, porque
siempre era otro el que destacaba en su lugar, porque jamás
oiría de los labios de sus padres un “estamos orgullosos de
ti”. Era un dolor para nada emocionante, sin comparación a
lo que le otorgaba la adrenalina de dar un giro de 360 grados en el
aire, o la tranquilizadora sensación de una canción de
Bob Marley.
Se
estiró como un felino, escuchó crujir su cuerpo y
decidió de forma definitiva que en casa se prepararía
un buen baño de espuma para cuando volviera de patinar, ya que
sus padres estaban de viaje y nunca estaban en casa, pues eran
pilotos.
Ya
lista, salió del vestuario para recorrer el pasillo, luego el
patio principal hasta llegar al polideportivo del instituto, pero se
debatió entre llevarse la mochila con el uniforme.
"Bah",
se dijo a sí misma, "ya vendré cuando termine la
clase". Se encogió de hombros y se fue, aunque antes sacó
algo de ésta y se lo metió bajo la chaqueta, para
después abrochársela hasta el cuello.
Salió
al pasillo, de, a su parecer, demasiado largo y tedioso con paso
ligero. Sus millones de ventanas, unidas al cielo encapotado y a que
la siempre presente ventolera hacía que las ramas de los
árboles que rodeaban el edificio chocaran contra los cristales
como manos que llaman para pedir permiso. Por eso mismo —y porque
estaba algo empanada— no se dio cuenta de que un cuervo de plumas
negras como la pez picara el vidrio que la chica tenía justo
al lado. La boca se le desencajó al ver su colgante —una
simple cuerda con un cristal alargado y filoso azul que emanaba una
extraña luz blanco-azulada— oscilar en el pico de éste,
que ladeó la cabeza al verla.
Rápidamente,
Victoria se abalanzó a abrir la ventana para poder así
arrebatarle su más preciada posesión. Pero para su
sorpresa, el cuervo, al entrar, se fue transformando lentamente en un
hombre de tez oscura, calvo y de cabeza brillante, ojos grises como
los suyos, nariz recta y pómulos definidos. Llevaba como ropa
una capa de cuello alto negra con líneas blancas en las
mangas, el cuello y el bajo. En cuanto estuvo completamente
metamorfoseado, se puso de cuclillas sobre el alféizar de la
ventana con expresión aburrida y apoyó los brazos en
sus rodillas.
—¿Qué
narices...? —musitó Victoria.
—¿Victoria
Herrera? —preguntó el hombre, con una voz firme pero sin
dejar de ser suave—. ¿Eres Victoria Herrera?
Ella
asintió temblando.
—Me
esperaba a alguien más... imponente, pero, en fin, los
elementos no se equivocan —parecía que, aunque hablaba en
voz alta, lo hacía más para sí mismo que para
otra cosa.
—¿Quién
eres y qué quieres? —preguntó la castaña
cuando se recuperó del shock.
—Te
lo explicaré de camino a la base.
Ella
retrocedió e hizo una equis con los brazos en cuando el hombre
dio un paso.
—No
voy a irme con un desconocido. ¿Quién eres? ¿Y
qué coño eh eso de los elementos? —él dio un
giro de ojos sarcástico.
—Bueno,
me presentaré —suspiró—. Me llamo Blizzard y vas a
venirte conmigo si quieres recuperar tu preciado colgante —alzó
la mano y le enseñó el oscilante objeto, con su
particular brillo.
.
Instintivamente, Victoria se llevó la mano al cuello para
darse cuenta de que, efectivamente, le faltaba la valiosa —para
ella— joya.
—¡Devuélvemelo,
bola de billar! —vociferó.
Pero
no se pudo mover porque un animal asomó la cabeza por encima
de su chaqueta. El mapache olisqueó el cuello de la joven ante
la anonadada mirada plomiza de Blizzard. Éste enarcó
una ceja al verlo.
—Se
llama Expósito. Es mi mascota, ¿algún problema?
—rezongó ella.
—No,
para nada. ¿Qué eliges? ¿Te vienes?
Ella
frunció los labios.
—Quiero
que respondas con total sinceridad a tres preguntas. Con total
sinceridad —Blizzard le envió una mirada como diciendo >lo
intentaré<—. Bien. Primero; ¿eres un pedófilo?
—él negó con la cabeza—. Segundo; ¿me llevas
a un lugar donde me harán daño? —otra negación
por su parte—. Tercero; ¿a dónde me llevas?
—A
Suecia.
No
tardó en contestar. Sólo lo soltó de forma
automática. Victoria frunció el ceño y ensanchó
las aletas de la nariz.
—Entonces
vete ar carajo, quillo.
Se
dio media vuelta y empezó a caminar hacia el final del
corredor, con paso ligero y algo molesto. Con rapidez, Blizzard se
posicionó enfrente suya. Alzó la mano y
sorprendentemente se formó un pequeño remolino en su
palma para colocarlo en dirección a la cara de la castaña.
—Soy
el Maestro del Viento, tú has sido elegida por el firmamento y
te convertirás en la Sabia del Viento, y yo seré tu
guía —el remolino incrementó su potencia, revolviendo
la capa y la chaqueta de ambos—. ¿Vendrás conmigo?
Victoria
tragó saliva.
—Po
no sé, qué quiere que te diga, hombre —balbuceó
con algo de acento andaluz. Ambos orbes grises chocaron como dos
ráfagas de aire—. E-está bien...
Y
desaparecieron entre una neblina grisácea.
***
Hacía
calor. Un bochornoso pero agradable —al menos para él—
calor. Manchó sus dedos de crema blanca y los untó
sobre la piel oscura que se hallaba ante él.
El
niño hizo una mueca de dolor, pero el sereno rostro y la
tranquilizadora sonrisa del hombre lo calmaron. La herida rezumaba
pus y sangre, por lo que comprendió el dolor que sentía
el pequeño. En cuanto estuvo desinfectado y vendado, el
famélico niño esbozó una enorme sonrisa.
—Gracias,
señor Rouge —dijo.
Él
sonrió también.
—Llámame
Ash. Y no dudes en venir a verme si te vuelven a disparar —no pudo
evitar que se revolviera el estómago al decir aquello. Ese
niño apenas tendría cinco años.
—¡Adiós!
Y
salió de la tienda.
Ash
se estiró mientras se sentaba en el suelo arenoso. Se revolvió
el flequillo con nerviosismo. A veces le resultaba sobrecogedor, pero
era lo que realmente le llenaba; ser voluntario de una ONG en un
campo de refugiados de Níger, ayudar a los necesitados, era su
verdadera vocación. De vez en cuando curaba heridas de balas
causadas por los rebeldes, picaduras de animales venenosos u otras
cosas que le repugnaban, pero observar la sonrisa de agradecimiento
de un niño le colmaba de una sensación que antaño
sólo podía brindarle una única persona.
Miró
el espejo que solía usar para aumentar su campo de visión
a la hora de operar. Miró su rostro afilado, moreno por el sol
con algunos resquicios rojos de quemaduras. Su cabello castaño
—muy— oscuro, espeso y desordenado, corto y con mechones que
caían por su tez, dificultando la visión de sus ojos
carmesí. Descubrió que su camisa color dorado grisáceo
estaba algo manchada de sangre, por lo que decidió quitársela
para ponerse una nueva.
Salió
de la tienda de campaña con paso ligero para dar un paseo.
El
calor le dio de lleno en la cara, y lo agradeció. Odiaba el
frío. Se colocó una bata negra para protegerse del sol
y un pañuelo para taparse la cabeza y empezó a caminar.
La
vida de médico en un campo de refugiados no se podía
decir que era tranquila, pero a su vez le encantaba; el calor le
hacía sentirse cómodo. La gente, al contrario que en
los países desarrollados, era amable y solidaria con lo poco
que tenían, y caminar por las dunas con el sol en lo alto era,
sin duda, uno de sus pasatiempos favoritos. Como si fuera hijo del
fuego.
Sus
sandalias pisaban cuidadosamente la arena, sus ojos rubí
miraban y almacenaban todas las imágenes y sensaciones que
llegaban a su cerebro, como tesoros escondidos en el desierto, y por
un vez, se olvidó del odio que le consumía por dentro.
En
ningún momento de su infancia se hubiera imaginado que se
sentiría de aquella forma. Se iban y volvían con más
fuerza cada vez que su intrincada mente recordaba aquel fatídico
día que le sumió en la negrura para siempre.
Sacudió
la cabeza para ahuyentar esos pensamientos de él. No se
recordaba tan taciturno. Pero no se dio cuenta de que estaba a punto
de pisar un —enorme— escorpión. Retrocedió un par
de pasos, extrañado, ya que jamás había visto
uno de ese tipo por los alrededores.
Fijó
sus ojos en los del animal, y se le desencajó la mandíbula
cuando vio cómo éste pasaba de ser un animal normal y
corriente a una mujer de baja estatura, pelo rubio anaranjado corto,
ojos rojos llameantes algo rasgados, sonrisa de comadreja y ataviada
con una túnica negra larga de cuello ancho bordeado en rojo,
al igual que los bajos de la prenda y las mangas. Se sentó en
una roca.
—Hola
—sonrió la chica.
—¿Ho-ho-hola?
—tartamudeó Ash.
La
pelirroja entrecerró los ojos con malicia.
—¿Es
con Ash Rouge con quien hablo?
Él
asintió lentamente. La mujer se levantó.
—Entonces
necesito que vengas conmigo a Suecia —dijo conforme.
—No
me gusta el frí-
No
pudo terminar. De los labios de la mujer salió una llamarada
que le hubiera dado de lleno de no ser por la aparición de
unos reflejos de existencia desconocida.
—¡Eso
casi me calcina! —rugió él.
—Pues
piénsatelo mejor la próxima vez que decidas jugar con
fuego.
Lo
había dicho con una frialdad espeluznante.
—Me
llamo Ignis, encantada —y de nuevo esa sonrisa trident cuando alzó
su mano de dentro de la manga de la túnica para estrechársela.
El
rostro del chico se endureció.
—¿Me
puedes aclarar qué cojones pasa?
—Está
bien, me parece justo —ella carraspeó, tapándose la
boca con la manga—. Soy Ignis, la Maestra de Fuego. El Sol te ha
elegido y me ha enviado a llevarte a Suecia, donde está
nuestra base. Eres el Sabio de Fuego y, junto con otras tres
personas, formaréis los cuatro elementos. Te necesitamos para
salvar el mundo. ¿No era que te gustaba ayudar a la gente?
—sonrió con malicia—. El mundo se destruirá si no
estás con nosotros.
—Yo
ayudo a los necesitados —rezongó.
Ella
dio un paso al frente.
—Y
el mundo te necesita.
Ash
estaba en una encrucijada. Además del shock por, primero,
haber visto a un escorpión transformarse en mujer, que ésta
casi le haya quemado con unas llamas que ha creado en su garganta, y
que le diga que tiene que salvar el mundo, estaba el miedo.
¿Era
acaso seguro? No, ni mucho menos. Supuso que ella le entrenaría,
pero, ¿en Suecia? ¿No podía haber otro lugar con
más calorcito? Claro que también estaba el hecho de que
pudiera ser una broma de mal gusto, aunque, ¿dónde se
ha visto antes a nadie echar fuego por la boca? El mundo le
necesitaba...
—¿Y
bien?
Tragó
saliva.
—Acepto.
Ella
sonrió, y desaparecieron entre una neblina carmesí.